dolor5

 
Escuha aquí el dolor

 
Texto: Fernando Chorro

 

JESÚS MUERE EN LA CRUZ (Jn 19, 17-30)

María sufre inmensamente al estar, junto a la cruz, en la agonía y muerte de su Hijo. La Madre Dolorosa es testigo fiel de las últimas palabras, de infinito amor y de profundo significado que pronunció su Hijo, y nos sigue dirigiendo hoy a cada uno de nosotros:

“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.”

Conocemos bien tu ternura, tu comprensión y tu misericordia.

“En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso.”

Sabemos que sólo un gesto de bien por nuestra parte es desbordado por la gratuidad de tu salvación.

“¡He ahí a tu Madre!”

Nos regalas a María como Madre Nuestra, protectora y guía hacia Ti.

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

¡Qué inmensos tienen que ser nuestros pecados para que te sientas abandonado en la Cruz!

En el sufrimiento de la soledad y el dolor nos ofreces el don de la fe.

“¡Tengo sed!”

Nos pides que acudamos en auxilio de los cristos, que son nuestros prójimos, y que tengamos sed de Dios.

“Todo está cumplido.”

Tú nos lo has ofrecido todo: tu ejemplo de Vida, tu Cuerpo y tu Sangre, tu Espíritu y la victoria sobre el pecado y la muerte. Somos ahora nosotros los que debemos cumplir.

La Madre Dolorosa padece cuando ve que, frente al Amor de su Hijo, en nuestras vidas está presente la envidia, que es desamor. La envidia paraliza nuestra capacidad para  el bien, anhela lo que poseen otros, desea el mal para nuestro prójimo e impide que en nosotros actúe la gracia.

Virgen Santísima: haz que sepamos superar nuestras envidias y rencores, con la virtud de la caridad, y que como Jesús que dijo: “¡Padre, en tus manos entrego mi Espíritu!”, sepamos a Dios ofrecerle nuestras vidas.