4D. EL ENCUENTRO DE JESÚS CON LA CRUZ A CUESTAS

“Tomaron a Jesús y, cargando Él mismo con la cruz, salió hacia el sitio  llamado Calvario.”  (Jn 19, 17)

Jesús CARGA con nuestras culpas

María, como la mejor madre, estaba muy atenta a todos lo que acontecía en la vida de su Hijo. De este modo iba conociendo, por personas cercanas, lo que le había ocurrido a Jesús en los últimos días: su Entrada Triunfal en Jerusalén; su Cena Pascual, en un tono de despedida; la Oración en el Huerto y su prendimiento; y por último, la condena a muerte por los sumos sacerdotes y la ratificación de la condena por Pilato. La Madre Dolorosa sufría, con gran amargura, al ver la absoluta injusticia que se iba a cometer contra su Hijo Santísimo, pero nunca perdió su confianza en Dios y su esperanza, al recordar las palabras del ángel en la Anunciación: “Su reino no tendrá fin.”

La Virgen Santísima, como la mejor madre, no lo duda: quiere estar cerca de su Hijo en los momentos finales de su vida mortal y acude a Jerusalén. Entre una multitud vociferante vislumbra la comitiva que acompaña a Jesús hacia el Calvario. Ayudada por las piadosas mujeres y el apóstol Juan se abre paso entre la muchedumbre y logra ver de cerca de Jesús. Cuando Madre e Hijo intercambian sus miradas y en el abrazo de sus almas se produce un Amor infinito, que tendrá fuerza de Redención.

En la cruz y en las heridas de Cristo estuvo y sigue estando el dolor que le produce el pecado de cada ser humano. Jesús con su entrega generosa nos libera de la muerte espiritual y de la muerte física.

Podemos y debemos aliviar el sufrimiento a Cristo encontrándonos con Él en el Sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación, instituido por Cristo para nuestra salvación. “Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados.”

María, Refugio de los pecadores y camino seguro hacia Cristo:

Muévenos a la conversión para que sepamos superar nuestras debilidades y sepamos responder al amor misericordioso de Dios.

Ilumina nuestra conciencia para que sepamos reconocer, con aflicción, las malas acciones de nuestra vida y deseemos, ayudados por la gracia, que Dios nos vuelva a dar un corazón nuevo. Guíanos al Sacramento de la Penitencia para confesar, con total sinceridad, nuestras culpas y, de este modo, recibir la alegría del perdón y la paz.

Madre Santísima, permanece siempre a nuestro lado, para fortalecernos en la debilidad y conducirnos hacia la santidad, a la que Dios nos invita.

Amén.