7D. JESÚS ES COLOCADO EN EL SEPULCRO

“José de Arimatea, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en su sepulcro nuevo que se había excavado en la roca.”  (Mt 27, 59-60).

Que te quitaron a Jeús por la muerte más injusta.

María sufre, en la sepultura de Jesús, un momento de supremo dolor: la cruel separación de Él. Su Hijo Santísimo ha muerto en una cruz, como un malhechor, entre insultos y el abandono de los suyos.

A pesar de su angustia y soledad, María no pierde la esperanza. Sigue confiando totalmente en Jesús: “Yo soy la Resurrección y la Vida…”. Ella debe seguir cumpliendo, con fe y entereza, la misión que le ha confiado desde la cruz: ser la Madre de la Iglesia, del Cuerpo de Cristo que ahora debe cuidar con el mismo esmero.

En el Sepulcro de Cristo se vivió el mayor dolor y la mayor alegría. Recibió su Cuerpo sin vida y salió su Cuerpo glorioso. Allí Jesús pasó de la Muerte a la Resurrección que nos salva. Por la Cruz a la Gloria.

La Madre Santísima ama a cada uno de sus hijos, pero de un modo especial a los que, como Jesús en la cruz, están sumidos en el dolor y los acompaña y conduce al Salvador.

Por el sacramento de la Unción de Enfermos, Cristo concede la gracia y la salvación a los que están muy limitados por su vejez o en una situación preocupante por una enfermedad. “Por su pasión y su muerte, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con Él y nos une a su pasión redentora.” (CEC 1505)

María Santísima, Elevada al Cielo: Sé luz en nuestro caminar, para que aprendamos de tu Inmaculada Concepción el gran regalo que es para nuestra vida la gracia divina, y para que tu gloriosa Asunción a los Cielos sea un signo esperanzador de nuestro futuro.

Ayúdanos para que sepamos agradecer a Dios el don de nuestra vida, poniéndola, con alegría, al servicio de los demás; y para que nos sintamos siempre peregrinos hacia la Casa del Padre, confiados en su infinita misericordia.

Concédenos la prudencia de estar siempre preparados para el viaje final frecuentando la Penitencia y la Eucaristía, y para recibir, con fe y esperanza, la Santa Unción en el declinar de nuestra vida.

Intercede por nosotros para que la Santa Unción nos conceda la gracia del consuelo y de la paz que nos haga vencer las dificultades de nuestra enfermedad, el don de unirnos más íntimamente a la Pasión de Cristo, y contribuir, de este modo, a la santificación de la Iglesia.

Amén.