El Padre Pío: Mensajes del Santo de los estigmas

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> Texto: Laureano Benítez Grande-Caballero

Lo que hizo famoso al padre Pío fue el fenómeno de los estigmas, llamados pasionarios –por ser semejantes a los de Jesucristo en su Pasión– heridas en manos, pies, costado y hombro, muy dolorosas. Se trató del primer sacerdote estigmatizado; él fue esencialmente sacerdote, y su santidad fue esencialmente sacerdotal. Toda su vida giraba alrededor de esta realidad en la cual prestaba su boca a Cristo, sus manos y sus ojos. Cuando decía: “Esto es mi Cuerpo…Esta es mi Sangre”, su rostro se transfiguraba. Juan Pablo II lo elevó a los altares en 2002.

 

El Padre Pío de Pietrelcina (1887-1968), fraile capuchino y sacerdote, es mundialmente conocido porque llevó los estigmas de Cristo durante cincuenta años exactos, siendo el único sacerdote estigmatizado de la historia de la Iglesia, y el que más tiempo llevó los estigmas. Además,  fue portador de otros muchos dones místicos (éxtasis, visiones, clarividencia, bilocaciones, olor de santidad y sanaciones milagrosas).

Dentro de su vocación sacerdotal, descubrió muy pronto que su carisma particular era entregarse para la salvación de las almas, en una auténtica misión corredentora:

«Desde hace tiempo siento una necesidad, la de ofrecerme al Señor como víctima por los pobres pecadores y por las almas del purgatorio. Este deseo ha ido creciendo cada vez más en mi corazón, hasta el punto de que se ha convertido, por así decir, en una fuerte pasión. Ya he hecho varias veces ese ofrecimiento al Señor, presionándole para que vierta sobre mí los castigos que están preparados para los pecadores y las almas del purgatorio, incluso multiplicándolos por cien en mí, con tal de que convierta y salve a los pecadores, y que acoja pronto en el paraíso a las almas del purgatorio».

Esa vocación sacrificial del Padre Pío tendrá su consumación en los estigmas, que le aparecieron en forma visible y continua el 20 de septiembre de 1918, llevándolos cincuenta años exactos, ya que le desaparecieron el 20 de septiembre de 1968, dos días antes de su muerte.

El Padre Pío nunca salió de su convento, no escribió libros, no era un teólogo erudito, ni tuvo títulos de dignidad… su existencia fue la de un simple sacerdote que decía misa y confesaba.

«¡Mirad qué fama ha tenido, qué clientela mundial ha reunido en torno a sí! ¿Por qué? ¿Quizá porque era filósofo o sabio o tenía medios a disposición?… No, sino porque decía Misa humildemente, confesaba desde la mañana hasta la noche… ¡Era un hombre de oración y sufrimiento!». (Pablo VI)

En esta misión sacrificial del Padre Pío la celebración de la Eucaristía tuvo siempre un papel central. El Padre Pío, “crucificado sin cruz” durante cincuenta años, encarnó durante toda su vida la actualización de la Pasión del Señor en el sacrificio de la Misa.

Junto a la celebración de la Eucaristía, el confesionario será el lugar donde desarrollará su verdadero carisma: salvar almas. Sus innumerables conversiones constituyen sin duda el más grande de sus milagros, ya que puso todos sus dones místicos al servicio de vocación de convertir almas.

Durante toda su vida, el Padre Pío fue un auténtico “varón de dolores”. A partir del sufrimiento, el Padre Pío elaboró una mística de la Cruz, que constituye el centro de su espiritualidad, el tema fundamental de su magisterio, y el núcleo de su misión.

«El prototipo, el ejemplar en el cual es preciso mirarse y modelar nuestra vida es Jesucristo; pero Jesús ha escogido por bandera la cruz, y por ello quiere que todos sus discípulos sigan la senda del calvario, llevando la cruz para después morir en ella. Sólo por este camino se llega a la salvación».

El 2 de mayo de 1999, Juan Pablo II ofició la ceremonia de su beatificación en la Plaza de San Pedro. El 16 de junio 2002, fue canonizado.

Hoy en día, más de 6 millones de de peregrinos acuden cada año a visitar su tumba en el convento de San Giovanni Rotondo, donde el sacerdote estigmatizado vivió casi toda su vida de fraile capuchino. Después del santuario de Guadalupe, es el lugar cristiano más visitado del mundo.

¿Qué mensajes aporta su vida al mundo de hoy, al cristiano del tercer milenio? La figura extraordinaria del padre Pío es la respuesta divina a unos tiempos difíciles y oscuros, de profunda crisis en la Iglesia, pudiendo decirse que la concentración de virtudes y dones sobrenaturales en su persona es un hecho con el que la divina Providencia quiere hacer una llamada a la conversión en una época marcada por el laicismo y el materialismo que han ocasionado la crisis de fe que vivimos actualmente:

 «La misión del Padre Pío fue el sufrimiento por el pecado de los hombres. Quizá si el pecado del mundo no se manifestara en todas direcciones, grave, pesado, opresor, con malicia satánica, su caso habría sido otro, y quizá Dios le hubiera otorgado sus dones místicos sin obligarle a estar medio siglo en la Cruz. Pero no ha sido así: ha sido un signo de Dios». (Cardenal Siri, en una homilía pronunciada el cuarto aniversario de su fallecimiento).

En este sentido, el Padre Pío aporta un conjunto de mensajes que proporcionan respuestas y soluciones a los problemas que hoy tienen planteados la Iglesia y la fe de los creyentes. Estos mensajes constituyen globalmente una llamada a recuperar la espiritualidad tradicional que durante siglos ha animado la vida cristiana: la importancia de la Misa, de la confesión, de la oración, de la espiritualidad sacerdotal, del rosario, de la devoción a María y al ángel de la guarda, la llamada a recuperar la conciencia del pecado, la lucha contra el Demonio… La pérdida de esta espiritualidad tradicional es justamente la causa principal de la crisis del cristianismo en el mundo de hoy.

La clave para entender los mensajes que el padre Pío transmite el mundo de hoy, su verdadera misión en el mundo, se explica a partir del hecho de que el padre Pío llegó a convertirse en alter christus, es decir en otro Cristo, que se encarnó en el mundo en nuestra época para combatir el periodo más oscuro de la historia de su Iglesia. Fue un alma víctima de dimensiones prodigiosas, corredentora con Cristo, crucificada con él durante 50 años.

«Era siempre Jesús, en la confesión, en el altar, conversando, en oración. Nuestros corazones no se equivocaban, viendo en ti a Jesús; por eso no se saciaban jamás de contemplarte, no podía separarse de ti (…) Afectuoso padre mío, tenía razón al decir: “estoy atormentado de almas”, porque poseía el Todo, a nuestro amabilísimo Redentor. No nos percatamos lo suficiente de que, bajo el nombre de padre Pío, se ocultaba el más hermoso de entre los hijos de los hombres, que en su inextinguible caridad quiso caminar de nuevo en medio de sus redimidos. En Palestina vivió antes de su muerte; aquí, en Italia, vivió visiblemente, al cabo de 20 siglos de su muerte» (Cleonice Morcaldi, Positio Iv, p. 214).