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> Texto: Fernando Chorro

María, con las piadosas mujeres y el apóstol Juan, se mantiene – aunque destrozada por el dolor – al pie de la Cruz. Esta Cruz, que atormenta a su Hijo, será el principio de nuestro triunfo y de nuestra salvación. Al igual que nuestra Madre, debemos fijar nuestra mirada en la Cruz.
El tramo vertical de la Cruz nos recuerda que Jesús, con su Vida y con su Muerte, ha querido unir Cielo y Tierra. La parte clavada en el suelo simboliza que el cristiano, como Jesús, debe caminar por el mundo haciendo el bien, buscando siempre la concordia y la paz, el perdón y la unidad. En definitiva, el discípulo de Cristo debe esforzarse por anticipar los signos del Reino de Cristo en la Tierra.
La parte superior de la cruz nos hace reflexionar en que únicamente somos peregrinos en la Tierra, pero con vocación de eternidad. Nos recuerda, además, el amor inmenso que Dios nos tiene para regalarnos la filiación divina, condición que nos exige una coherencia de vida.
El tramo horizontal de la Cruz simboliza los brazos y las manos del cristiano, es decir, prolongación de los brazos de Cristo. Brazos que acogen a todos, sin distinciones; manos de hombres y mujeres con las que se dan; y manos que trabajan, con vocación de servicio a los demás.
¡Oh, María! Tú sentiste siempre muy cerca a Jesús: en tu seno virginal, en su vida familiar, en su vida  pública, y, ahora, al pie de la Cruz.  Haz, que por tu proximidad a Cristo, te sintamos profundamente humana y espiritual,  siempre Madre nuestra y camino seguro hacia Él.