A nadie le gusta pedir

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El comedor social que la asociación Buñoleras Sin Fronteras gestiona en Gandia reparte hasta 400 raciones de comida al día. 400 personas a las que les gustaría no tener que hacer cola, no tener que explicar su situación familiar, no tener que recoger la fiambrera con la comida; 400 personas a las que no les gustaría pedir.

 

Texto: Beatriz Rodrigo Llobell (Periodista) Fotografía: Salva Gregori

En la película ’15 días contigo’, que ilustra la vida de dos personas que viven en la calle, los bocadillos tienen especial protagonismo. Son el sustento diario de los dos personajes principales, que salen comiendo pan hasta en más de 10 ocasiones en el largometraje dirigido por Jesús Ponce.

El bocadillo es lo único que ambos personajes se pueden permitir con el poco dinero que ganan (ella limpiando cristales, él de aparcacoches) y es también una especie de limosna con la que los demás calman su conciencia cuando se lo dan.

Para el resto de los mortales, el bocadillo es una comida “de segunda”, aquello que comemos o cenamos cuando no tenemos tiempo para cocinar, cuando (precisamente) comemos en la calle o nos vamos de excursión, o cuando no nos queda nada en la nevera.

¿Por qué la gente sin recursos no puede tener acceso a un plato caliente? Ese plato de cuchara no solo representa una comida “de primera”, por llamarlo de algún modo, sino también la dignidad de tener un sitio donde sentarse y comer, con sus cubiertos, su mantel, su silla y su mesa correspondientes.

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Y este es uno de los propósitos que el comedor social que gestiona la asociación ‘Buñoleras Sin Fronteras’ en Gandia está llevando a cabo desde 2009 y donde, a día de hoy, se reparten hasta 400 raciones diarias; no de bocadillos, sino de lentejas, de pasta, de cocido, de arroz, de verduras…

En la cola, en la calle Algepseria, hay una veintena de personas que con el paso de los minutos se van convirtiendo en casi un centenar, aunque luego, en sus casas, esas raciones llegan a alimentar a mucho más del triple. Adultos, jóvenes, niños; mujeres, hombres; extranjeros, españoles, apátridas; el hambre no entiende de edad, sexo ni pasaportes. Simplemente, el hambre no entiende.

Todos son muy diferentes entre ellos y lo son también de la gente que no pasa hambre, pero todos tienen una cosa en común: a nadie le gusta pedir. A todas esas personas que cada día se ponen en una fila para recibir su ración en el comedor social les gustaría poder pagarse cada día ese plato caliente al que tienen acceso gracias a la solidaridad de los demás; les gustaría tener la nevera llena y darles a sus hijos un capricho los domingos mientras los demás comen chocolatinas y chucherías; les gustaría no tener que pedir.

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Son muchos de los que no piden, los que, ante el surgimiento de recursos sociales como este comedor, argumentan que hay mucha picaresca y que se aprovechan de la caridad humana para acceder a ese plato de comida caliente cuando tienen recursos propios.

Es posible que haya algunos casos así, pero, como bien señalan algunas de las voluntarias del comedor social: “Si yo pudiera pagarme la comida, no acudiría a un comedor social a hacer cola para pedirla”.

También, en ocasiones, se da el caso contrario: gente que, sin recursos, se avergüenza de pedir y no lo hace o solo acude en casos muy extremos. Posiblemente se trata en muchos casos de familias que hasta hace bien poco gozaban de una situación económica bastante acomodada y que con la crisis económica se han visto abocadas a situaciones muy complicadas para subsistir con todos los miembros en paro y teniendo que acarrear gastos como la hipoteca o los colegios de los hijos. Lo dicho, a nadie le gusta pedir.

El comedor social de ‘Buñoleras Sin Fronteras’ surgió a raíz de la labor que desde hace 11 años realiza una de sus voluntarias en Gandia, Reme Lloret. Ella aprovechaba la comida que sobraba del catering de un conocido restaurante de la comarca y lo repartía con el coche en la plaza de San José los viernes por la noche a familias necesitadas, personas sin hogar y transeúntes.

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A principios de 2009 un grupo de mujeres, junto con las que ha constituido la asociación Buñoleras Sin Fronteras de Gandia, se unieron a la causa y empezaron a llevar comida preparada en sus casas a la plaza de San José. Obviamente, no era el sitio adecuado para la causa y buscaron un local.

Tras pasar por varios locales cedidos por diferentes asociaciones, hoy, cuatro años después, el número de gente que acude al comedor social casi se ha triplicado y los voluntarios que colaboran en él ya cuentan con una sede cedida por el Ayuntamiento y con la infraestructura necesaria para dar de comer a 400 personas al día.

La colaboración de particulares y de instituciones es importantísima y el comedor social recibe tanto alimentos como dinero en metálico. Empresas de la ciudad como panaderías, carnicerías y pollerías o verdulerías sobre todo, llevan comida cada semana.

Pero, por desgracia, nunca hay suficiente. La situación sigue agravándose, aunque algunos se empeñen en lo contrario, y las familias que acuden cada vez son más y, por tanto, mucho más necesaria la respuesta solidaria del resto de la ciudadanía.

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Ojalá no existieran los comedores sociales, las ONGs, los voluntarios, las ayudas económicas… Significaría que, por fin, vivimos en un mundo justo e igualitario donde nadie tuviera que pedir y donde no leyéramos titulares como este, obtenido del informe que en enero de 2014 publicó Intermón Oxfam: “Las 20 personas más ricas en España poseen una fortuna similar a los ingresos del 20 por ciento de la población más pobre”.

Mientras tanto, mientras llega ese día en que no existan los comedores sociales, luchamos por vivir en un mundo que al menos trabaje por esa justicia e igualdad, en un mundo solidario en el que todos compartamos una sopa caliente y no tengamos que calmar nuestra conciencia al dar un simple bocadillo.