María: Mujer de esperanza

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Texto: Efrén Zuluaga Buitrago

El vicario parroquial de San Nicolás de Bari del Grau de Gandia, Efrén Zuluaga Buitrago, fue el encargado de impartir este año la charla sobre la Virgen María. Efrén es diplomado en filosofía contemporánea por la Universidad Católica de Oriente-Colombia. Licenciado en estudios eclesiásticos  por la Facultad de Teología-San Vicente Ferrer de Valencia. Allí mismo cursó un Máster en Teología con énfasis en Sagrada Escritura. También posee un Máster en Orígenes del Cristianismo a través de la Universidad de Valladolid.

Soy de las personas que admira la gente optimista; admiro la gente que ante un problema sabe ser parte de la solución en lugar de sumarse al problema; admiro la gente que siempre tiene un proyecto y que al mismo tiempo trabaja para alcanzar sus objetivos; admiro la gente que no busca compararse con nadie sino que sabe dar y disfrutar de lo mucho que tiene; admiro la gente que graba en la roca lo bueno que le sucede y por ende es agradecida; esa misma gente que escribe los malos momentos en la arena de la playa porque sabe lo que sucederá al día siguiente cuando nuevamente vaya al mar…

Sin embargo, siento que lo que más admiro de la gente optimista es cuando sabe que ha recibido el don de la esperanza… ¿Quiero decir con ello que la base de una actitud optimista es la esperanza? Así es. Pienso que las actitudes positivas son muy valiosas para el bienestar, pero que solo son duraderas por el don recibido…

¿Entonces quiero decir también que hay cosas que uno no puede alcanzar solo pensando de forma positiva y que por eso es necesario recibir un don especial? Sí. Eso es lo que quiero decir; sé, por ejemplo, que hay momentos difíciles en la vida de las personas –aún en las más optimistas– en los que se necesita de algo más que pensar de manera positiva para no desfallecer… son esos momentos en los que todos necesitamos, además de una mente positiva, tener a una persona que nos dé “descanso” (cf. Mt 11,28) y a la vez fuerza para seguir luchando (cf. Sal 91,2); bondades que solo el Creador, “Ser” infinito y eternamente fiel, puede dar (cf. Is 44,1s). A partir de esta afirmación comprendemos que la esperanza necesita de la Fe (cf. 1 Co 1,4-9); o lo que es lo mismo, que las personas necesitamos creer (confiar) –aún las más optimistas– para seguir esperando (cf. Heb 11).

Ahora bien, hay una persona que puede explicarnos perfectamente lo que significa este don de la esperanza y además indicarnos por qué éste es un don necesario; el testimonio de esta persona lo recogen los libros sagrados. La persona de la que estamos hablando es la Virgen María, Mujer de la esperanza. Veamos dos aspectos sobresalientes:

En primer lugar, María es Mujer de esperanza pues supo ver cumplida la promesa del Señor en la vida de su Hijo Jesucristo.

El pueblo de Israel esperaba con ansia a que se cumpliera la promesa de Dios (cf. Is 7,14-17; 11, 1-5); esperaba que Dios cumpliera la promesa de establecer un nuevo pacto, el pacto del amor (cf. Jr 31,31-34; Ez 37, 12-14).

También, María de Nazaret esperaba ver cumplida esta promesa de Dios (cf. Lc 1,54-55). Lo que seguramente nunca se imaginó es que Dios para cumplirla contara en ella (cf. Lc 1,48), es decir, que Dios pensara que la persona que sería la Madre del Salvador fuera justamente ella (cf. Lc 1,31-34).

Ahora bien, el pueblo que espera la promesa, no sabía lo que María llevaba en sus entrañas (cf. Lc 2,7); es más, el mundo nunca se imaginó que Dios pudiera nacer tan pobre (cf. Mc 6,2-3), que su lugar preferido fuera la casa de los más pobres. Se trata del mundo que no entiende cómo para que Dios cumpla su promesa tenga que enviar a su mismo Hijo (cf. 14,61-64); y que éste mismo viva entre los pobres (cf. Lc 6,17-20), padezca con las víctimas de las injusticias, con quienes son misericordiosos con sus semejantes o con quienes trabajan por la paz (cf. Mt 5,3-12).

Por tanto, la esperanza de María ante la promesa del Señor, es veraz; no sólo porque haya esperado fielmente la promesa de Dios, sino porque supo verla cumplida en medio de su vida sencilla (cf. 1,48-50). Así pues, mientras que el mundo, deambula en la onda del éxito, esperando encontrar la felicidad en los bienes acumulados, en lo ostentoso, en las apariencias, en lo que es finito. La Virgen María, confía, espera y camina en Dios en quien encuentra la auténtica felicidad (cf. Lc 1,47 a. 20; 2,29-31).

Próximos a celebrar la Semana Santa; es decir, próximos a celebrar la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo, pensemos en aquello que esperamos alcanzar y pensemos –a la vez- si obtendremos una alegría permanente; Sigamos el ejemplo de la Virgen María que, mientras fue fiel a la Palabra del Señor, supo esperar donde había futuro. Imitemos su ejemplo; no sólo esperemos en las promesas de Dios sino que además veamos al Dios de las promesas en el Niño-Dios pobre.

En segundo lugar, María es Mujer de esperanza porque supo confiar aún en medio del sufrimiento y de la muerte.

Uno de los aspectos que más les costó asumir a los discípulos de Jesucristo fue entender la disposición de su maestro para “entregar” libremente su vida, en vez de llegar a tener una vida exitosa y llena de logros (cf. Mc 8,31-38; 10,32-45). De allí, que cuando le llegó “la hora” a Jesús (cf. Mc 13,4) -la hora de entregar por entero su vida-, los discípulos, acobardados por el miedo y la seguridad individual, huyeran despavoridos; no fueron capaces de enfrentar aquel terrible tormento (cf. Mt 26,56).

En cambio, la actitud de la Virgen María, frente a la persecución contra Jesús, se aleja claramente de los discípulos acobardados, ella no sólo sabe bien cuál es “la hora” de Jesús (cf. Jn 2,4; Lc 2,34-35), sino que además, cuando llegue la hora trágica -de la pasión y de la muerte- sabrá permanecer y perseverar al lado de la cruz de su Hijo Jesucristo (cf. Jn 19,25). Ella es la que con los ojos encharcados por la pérdida del hijo de sus entrañas, marcha para su “para su casa” con el corazón inundado de esperanza, sintiendo que toda su confianza está puesta en quien no defrauda (Sal 55, 23).

Ahora bien, las acciones que se desprenden de este cuadro de dolor –María al pie de la Cruz de su Hijo Jesucristo-, son comprometedoras; ser creyentes de esperanza en medio del sufrimiento significa: confiar en el Señor en todo momento; luchar sin desfallecer por una familia más unida; fomentar el diálogo y la reconciliación en nuestro ámbito de trabajo; respetar a los adversarios y orar incluso por “los enemigos”; fomentar una economía de la comunión, de la justicia social, de la equidad y de la dignidad de toda persona humana.

Ser creyentes de esperanza significa corregir las acciones discriminatorias, bien sea, por color de piel, por sexo, condición social, lengua o religión (cf. G.S. 29)… Ser creyentes de esperanza significa hacerle frente a los momentos difíciles con todas nuestras capacidades y talentos; significa, incluso, esperar en silencio la Salvación de Dios (cf. Lam 3,26), esta Salvación que supera todo sufrimiento e incluso la muerte (cf. Mc 4,35-41; 16,6).

A la Madre Dolorosa, encomendamos todos los sufrimientos de nuestras familias, seguros de que, confiando enteramente en el Señor, veremos ensanchada nuestra esperanza. Ella misma nos indicará el auténtico camino de progreso que es Jesucristo y que por medio de Él obtendremos un mejor futuro y un mejor porvenir (cf. Jn 2,5).

Conclusión:

Agradezco a la Virgen María, su hermoso testimonio de esperanza; por su vida fiel que la hizo elegida de Dios y su vida sencilla, que la hizo descubrir que su principal felicidad era Cristo (el Evangelio), sabiendo que teniéndolo a él todo lo demás tenía sentido.

Agradezco, además, a la Virgen María, su testimonio de mujer fuerte y valiente al pie de la cruz; por enseñarnos a permanecer y perseverar en medio de las luchas; por indicarnos con su ejemplo que el sufrimiento y de la muerte de Jesús no tienen la última palabra; que es bueno esperar en silencio la Salvación de Dios, mientras hacemos las obra del que murió,  resucitó.

María, Madre de los Dolores. Ruega por nosotros.