Educar en la Fe

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Texto: Secretariado de Padres de Alumnos de la Comisión de Enseñanza y Educación Católica del Arzobispado de Valencia. Fotografía: Salva Gregori

Con el don de la transmisión de la vida como fruto del amor de los esposos, los padres recibimos de Dios el encargo de colaborar con Él en su sueño de amor sobre sus criaturas. San Pablo, que vivió con intensidad y hondura esta misión, nos urge a “vivir a la altura del llamamiento que hemos recibido”. Y es que el bautismo nos grita a los padres el transmitir a los hijos nuestro proyecto de vida, esto es, a recorrer en familia la experiencia de un amor más fuerte que la muerte.

Este don es también un desafío que nos lanza a una constante conversión, a una revisión personal sincera y transparente de nuestros criterios de vida, de nuestro estilo de familia, de nuestras creencias y esperanzas que van tejiendo y articulando los valores en los que educamos a nuestros hijos. Porque educar es “guiar” al hijo hacia una madurez integral de toda su persona, es decir, acompañar el crecimiento de su dimensión corporal, emocional, intelectual y espiritual. Pero a menudo la sociedad nos detiene en criterios de calidad de vida o calidad educativa que priorizan la perfección física o la excelencia académica, olvidando que nuestra responsabilidad como padres es llevar a plenitud y “hacer salir”, segunda acepción del verbo educar, ese sueño de Dios sobre mi hijo: su vocación.

Esta vocación educativa propia de la paternidad y la maternidad se realiza desde el día a día de la convivencia cotidiana, impregnando y contagiando con el ejemplo que damos los padres y con las decisiones que tomamos. La organización del horario familiar, el uso del dinero y otros bienes, el estilo de sentarnos en torno a la mesa —momento educativo de oro todos juntos en un metro cuadrado—, el tono de voz con el que nos dirigimos unos a otros, el modo de corregir, la gestión del tiempo libre —verdadero termómetro de cuáles son nuestros valores y prioridades—, los programas televisivos que prohibimos y los que promovemos, el sentido del trabajo exterior y doméstico, el modo de comenzar y concluir el día al despertar y acostar a los hijos, etc, van articulando un estilo de familia basado en criterios evangélicos o… en otros criterios.

A veces los padres educamos improvisando o de un modo un poco superficial, sin ser conscientes de lo que hay detrás de cada acto educativo, y de que todo lo que hacemos en familia tiene una valor pedagógico, o antipedagógico. Y demasiado a menudo nos conformamos con que el hogar funcione y los niños estén cuidados, primando la dimensión material o asistencial sobre las dimensiones más profundas de la persona. Basta reflexionar sobre las conversaciones que tenemos el matrimonio para saber las cosas que nos preocupan: aquellas de las que de verdad nos ocupamos. Nuestras conversaciones ¿Responden a nuestros valores y creencias más profundos? ¿Somos coherentes buscando permear nuestro clima familiar con nuestras convicciones y sueños para nuestros hijos?

Esta Semana Santa que empieza puede ser una nueva oportunidad para que nuestra brújula esté orientada hacia ese norte que encontramos en Cristo.

En este contexto social que insiste en que, o bien no existen propuestas válidas de sentido de vida —nihilismo—, o bien cualquier opción vital es igualmente válida —relativismo—, es fundamental que los padres tomemos conciencia de nuestra preciosa responsabilidad educativa de descubrir al hijo quién es y qué está llamado a ser. Para esto, al servicio de su proyecto de vida le ofrecemos el nuestro: las respuestas acerca de un sentido salvador de la vida; la Resurrección al amor del Padre tras la muerte; la cruz como planificación del sufrimiento; mostrarle el origen sagrado de su vida, donde reside la absoluta dignidad del ser humano, que le hace hijo de Dios, llamados a la comunión con Él a la fraternidad con el otro; arraigarle en una tradición dos veces milenaria, la Iglesia, lugar del encuentro con Jesús.

Porque los padres sabemos por experiencia que sólo Él puede saciar los anhelos y las búsquedas más profundas del corazón de nuestro hijo, y que sólo Jesús, podrá sanar sus heridas, que sólo Él da la felicidad. Y es que, en definitiva, educar no es otra cosa que ayudar a los hijos a encontrarse con Jesús” Camino, Verdad y Vida”.