La atención integral empieza y acaba por acompañar al otro

centro-atencion-integral

 

 

> Texto: Beatriz Rodrigo Llobell, periodista. Fotos: Juanjo Benítez

El Centro de Atención Integral Sant Francesc de Borja que gestiona Cáritas Interparroquial de Gandia acoge a personas sin hogar con el objetivo de ayudarlos a encauzar su vida y a buscar alternativas a vivir en la calle. En el caso de Adolfo*, le ayudó a disfrutar y sentirse querido durante sus últimos meses de vida. Y nosotros, como voluntarios, también nos sentimos queridos por él. (*Aunque la historia es real, Adolfo no era su verdadero nombre)

 

Ayer (por hace unos meses) murió Adolfo. Hoy, al sentarme en el banco de la iglesia en su funeral he mirado a mi alrededor y me he dado cuenta de que conocía a todos y cada uno de los asistentes. A todos, excepto a dos mujeres sentadas en la primera fila: su madre y su hermana. El resto, una treintena de personas, éramos todos voluntarios de Cáritas Gandia.

Adolfo llegó hace un año al Centro de Atención Integral Sant Francesc de Borja, que gestiona Cáritas Interparroquial de Gandia, el CAI, como le llamamos comúnmente atendiendo a sus siglas. Su aspecto, según me contaron otros voluntarios, era deplorable: muy delgado, sucio, con la piel estropeada. Y estaba muy enfermo.

En el CAI se atiende a las personas que viven en la calle o, mejor dicho, a las personas sin hogar, tanto a través de un programa de baja exigencia gracias al cual pueden cubrir sus necesidades básicas (comer, ducharse, vestirse…) sin ningún tipo de compromiso o, además de ello, residiendo durante un tiempo para iniciar un itinerario con el fin de encauzar su vida.

Allí acuden personas con trayectorias muy distintas y que han llegado a esa situación llamada “sin hogar” por muy diversas razones. En muchas ocasiones “sin hogar” no significa que no tengan casa, sino que esa casa es inhabitable en el sentido más amplio de la palabra.

Nunca supe cómo llegó Adolfo hasta allí ni las causas que lo llevaron a vivir en la calle o a dejar su casa. Entiendo que, tal como me contaron algunos voluntarios que estaban en el CAI cuando él llegó, y dado su aspecto y sus condiciones de salud, “nadie daba un duro por él”, su estancia allí sería fundamentalmente de supervivencia y cada día era una batalla ganada. Pero poco importaba su pasado. Su aspecto mejoró y Adolfo se fue recuperando e incluso llegó a engordar más de lo previsto, aunque, por desgracia, la enfermedad que padecía le iba destruyendo por dentro.

Cuando yo lo conocí ya llevaba casi medio año viviendo allí. Adolfo sentía como que el CAI era su casa y se comportaba como un excelente anfitrión, amable, pero también muy celoso de “lo suyo”, a veces rebelde saltándose las normas de convivencia y volviendo locos los de su alrededor, y, eso sí, con un gran sentido del humor.

La convivencia con los otros residentes era, y es, muy complicada. Son personas acostumbradas a vivir solas, a luchar por lo suyo cada día, y el hecho de compartir todo con los demás y seguir unas reglas es toda una hazaña y un reto para ellos y también para quienes los acompañan, tanto los técnicos como los voluntarios. A todos ellos, y no solo los del CAI, sino los de todos los programas de Cáritas, los admiro profundamente.

Adolfo encontró allí su espacio, su oasis en medio de una vida difícil. Y descubrió una habilidad escondida, la de crear pendientes, que le mantenía ocupado, además de las tareas propias del CAI y las visitas al médico. Fue así como los voluntarios de Cáritas nos convertimos en su familia, en sus compañeros en la vida, en esos últimos días de vida. Adolfo murió un año después de su entrada en el CAI fruto de su enfermedad.

Pensaba en todo ello mientras miraba las caras de todos los que asistimos al funeral, también de los otros residentes del CAI. Me di cuenta de que se hacía palpable uno de los tópicos que tanto me repitieron cuando llegué a Cáritas y que yo ahora reproduzco a los nuevos voluntarios: lo más importante es acompañar al otro.

Si quien acude a Cáritas necesita comer, se le da comida; si necesita vestirse, se le da ropa; y si necesita ducharse, se le da agua (entiéndase que no son acciones totalmente directas, sino que se sigue un protocolo y un seguimiento desde los programas de Acogida y en coordinación con los Servicios Sociales y con otros organismos atendiendo a factores como el número de miembros de la familia, los ingresos económicos, el tiempo que llevan en el paro…).

Sin embargo, el hecho de cubrir estas primeras necesidades básicas no debe bastar y de hecho esta cobertura está “condicionada” en la mayoría de los casos a un compromiso por parte de la persona que acude a Cáritas de comenzar a buscar una salida y no preocuparse únicamente por poner parches a esas necesidades urgentes. Ese solo es el principio del camino; un camino en el que sobre todo, como ocurre en la mayoría de los casos, lo que hace falta es sentirse acompañado, saber que alguien te escucha, te entiende y va a estar a tu lado apoyándote, y esto es lo más importante. El acompañamiento es la base de la labor del voluntariado en Cáritas, porque las personas que acuden están acostumbradas a vivir sin relacionarse con su entorno.

Las ayudas materiales de Cáritas deben ser puntuales, deben ser parches que curen las heridas más tiernas, pero cuando éstas cicatrizan, es la propia persona que acude la que debe levantarse de nuevo y continuar. Pero, ¿cómo hacerlo después de tanto tiempo con heridas? Esa es la verdadera misión de Cáritas: acompañar a la persona a encontrar esa respuesta, a levantarse y buscar una salida a su complicada situación. No es fácil; requiere tiempo y mucho esfuerzo y a veces puede resultar frustrante, pero no es imposible.

Sentada en el banco de la iglesia, mientras el sacerdote bendecía el cuerpo sin vida de Adolfo, sonreí. Sonreí porque supe verdaderamente que Adolfo había pasado el último año de su vida feliz. Que la vida le había dado una oportunidad, aunque solo fuera por unos meses, y que en esos momentos felices nosotros habíamos estado a su lado, acompañándolo. Seguro que en ese momento él también sonreía.