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> Texto: Fernando Chorro

María y José sufren angustiosamente la pérdida de su hijo. Regresan rápidamente a Jerusalén para buscarlo y, ¡al fin!, lo encuentran en el Templo ocupado en las cosas de Dios. El gran sufrimiento de María tiene el inmenso consuelo de ver a Jesús, ya en la infancia, dedicando tiempo y amor al Padre.
Hoy María tiene el gran dolor de ver: a muchos niños que son bautizados, a muchos niños que reciben la primera comunión y a muchos jóvenes que se confirman, para – muy poco después – desaparecer de los templos. En las familias de estos niños y de estos jóvenes se sembró la semilla de la fe, pero la falta de una auténtica vida cristiana familiar,  la ausencia del compromiso de los padres, como primeros educadores cristianos, así como la fácil y engañosa seducción del mundo, explican que los niños y los jóvenes se pierdan, pero María no tiene el consuelo de hallarlos en el templo.
¡Oh, María! haz que estos niños y estos jóvenes, que en su día recibieron la filiación divina, el alimento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo y el don del Espíritu Santo, regresen a la Casa del Padre. Haz que, conociendo a tu Hijo Jesús, sepan descubrir que es lo más valioso que han podido encontrar.