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> Texto: Fernando Chorro

María sufre la terrible angustia de la separación última de Jesús, que ha sido sepultado. La Virgen Santísima ha sentido profundamente cada una de las palabras que le ha escuchado a su Hijo y, por ello, en lo más profundo del corazón de la Soledad brilla una luz de esperanza en la Resurrección. Este dolor de María es un sufrimiento inmenso, pero, a la vez, sereno y comprometido con ser apoyo de todos los que a Ella se acogen.
Nuestra Madre sigue sufriendo cuando ve algunas de las actitudes de los que, reconociendo la Resurrección de Cristo como el acontecimiento más importante de la Historia, vivimos como si Jesús permaneciera sepultado.Sepultamos a Jesús cuando vivimos una fe que no pone luz en nuestra existencia.
Sepultamos a Jesús cuando no somos capaces de anunciarlo a los demás, siendo coherentes con nuestra vida.

Sepultamos a Jesús cuando no le dedicamos tiempo a Él, con nuestra oración y práctica sacramental.
Sepultamos a Jesús cuando no lo encontramos y lo amamos en el prójimo.
¡Oh, María! Tú que estuviste siempre unida a tu Hijo: en su Vida, en su Muerte, en su Resurrección; y que has hecho, como su Madre y Nuestra Madre, un camino seguro hacia Él, haz que sepamos acoger su Espíritu glorioso en nuestro corazón, para contemplarlo todo con la mirada de Cristo.