Texto: ILMO. SR. D. FRANCISCO REVERT MARTÍNEZ. (VICARIO EPISCOPAL DE LA VICARIA VIII)
(3 de diciembre de 2021)
PRÓLOGO
Vivimos un momento histórico: momentos de crisis en todos los sentidos, momentos de sufrimiento, de incertidumbre, de crisis… y por lo tanto situaciones que nos empujan a preguntarnos constantemente. Todos sabemos que nos hacemos preguntas cuando no entendemos, cuando la oscuridad penetra hasta en las fibras más íntimas de nuestro corazón. También María se preguntó ¿CÓMO SERÁ ESTO? Las preguntas son como andar buscando, en silencio, con delicadeza, con hambre de encontrar caminos que nos ayuden a ser más humanos, más cristianos. Ante María hay que entrar con admiración…con contemplación…
Os invito a vivir un momento especial siguiendo el relato de La Anunciación a María, y así dejarnos evangelizar, nos dejemos llenar de la Buena Noticia para descubrir que también nosotros hemos de llegar a ser instrumentos evangelizadores. La Iglesia, en este tiempo, nos llama constantemente a ser evangelizadores y es urgente y necesario.
Leamos el texto:
En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel:«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 26-35).
DIOS CERCANO
“El ángel, entrando en su presencia” (Lc 1, 28a). Es impresionante este gesto: Dios no aparece manifestándose con signos portentosos, extraordinarios; sino con una normalidad y naturalidad increíble. Dios no solo se acerca a nosotros en las liturgias solemnes y muy preparadas, o en las catedrales, sino también en los gestos sencillos que, a veces, nos pasan desapercibidos. Tenemos el peligro de creer que Dios está solamente en lo extraordinario, sin embargo, entra en nuestra casa, en nuestra vida, toca nuestra existencia en la sencillez de una mirada amable, en la sonrisa de un hijo, en la acogida de algún compañero. Y es que a Dios lo podemos encontrar y sorprender allí por donde nosotros andamos: en los que nos acogen, en los niños de nuestro alrededor, en los corazones nobles que descubrimos en nuestro caminar, en la sencillez de los ancianos, en los pobres y últimos de nuestro mundo… No tengamos duda que Dios se manifiesta, como a María, en esos lugares donde nos encontramos, porque Él es quien viene a nuestra búsqueda… en momentos y personas inesperadas, recordad el juicio final que Mateo relata. Dios no es pasivo, es ACTIVO. No espera que acudamos, viene a buscarnos, a llamar a la puerta, y si le buscamos es porque Él nos llena de inquietud para encontrarle.
Como comprobaremos poco a poco, Dios es atrayente, deseable y lleno de belleza con un amor que nos salva. Cuando Dios acampa en medio de nuestro mundo es para estar cercano, tan cercano que habita en nuestro interior.
ALÉGRATE
Es curioso: alegría es la primera palabra del ángel y como vemos no es una exhortación, sino casi un imperativo: Se feliz, Dios te ha mirado. El ángel no le ordena que rece, que haga una u otra cosa, sino ábrete al gozo, a la alegría, al sol que se adentra en lo profundo de tu ser.
“Es un poco extraño” porque cuando nosotros sentimos esa presencia andamos serios, como preocupados y sin embargo Dios se acerca a darnos un abrazo, a tocar nuestras pequeñeces y debilidades, a transformar nuestra existencia. De hecho, en el Evangelio, cuando Jesús, el Señor se acerca a un paralítico y lo sana, cuando cura de su ceguera a Bartimeo, cuando toca a un leproso y lo contagia de vida… todo se torna alegría. La alegría, desde María, es la identidad del cristiano porque cuando Dios se acerca, como a María, siempre siembra gozo en lo profundo de nuestro corazón. Dios se acerca y siempre trae un abrazo y es que el Señor habla un lenguaje muy especial, el idioma del gozo.
Esta alegría divina llena a María y así canta de gozo las grandezas de Dios. En el Magnificat contemplamos a María que mira a Dios y grita: ÉL ES GRANDE, Él es el poderoso, Él es el que cumple sus promesas. Se mira a sí misma: soy la humilde, la esclava, mi corazón no pertenece a nadie….solo al proyecto de Dios…SOLO A ÉL y ahí radica su seguridad: se siente en sus manos. Y mira el mundo, pero no con sus propios ojos, sino con los ojos de Dios y por lo tanto, nos habla del proyecto del Reino, de lo que Dios sueña del mundo: llenarlo de alegría y gozo profundo.
Pero, ¡ojo!, María es feliz, con alegría desbordante porque ha creído, se ha fiado de Dios: ¡Dichosa tú que has creído” le dice Isabel. La alegría procede de asentar su existencia en Él, de entregarle su vida y ponerla en sus manos. Puede ser que nosotros busquemos la felicidad para poder fiarnos de Dios, pero es al contrario: solo cuando hacemos de nuestra vida una ofrenda a la voluntad de Dios, solo entonces palpamos la dicha de encontrar sentido profundo a nuestra vida, por eso Jesús dice a Tomás: “Dichosos los que no han visto y creen” (Jn 20, 29).
LLENA DE GRACIA
La segunda palabra es “llena de gracia”, que en nuestro lenguaje puede perfectamente significar: Dios se ha volcado en ti, Dios se ha enamorado de ti, por eso el ángel no la llama por su nombre sino por su nuevo nombre: eres la amada de Dios. Sabemos que en la Escritura cuando se le cambia el nombre a alguien es que tiene una misión especial (Abraham, Pedro…). Hemos de notar que María está llena de gracia no porque ha dicho SÍ a Dios, sino porque Dios le ha regalado antes su Sí. Que la llame llena de gracia, no es un mérito suyo, es don gratuito porque el amor de Dios es gratis: “Él nos amó primero” (1 Juan 4,19) y suscita en nosotros el saber y necesitar responderle también desde el amor. Y ahí entra la decisión de María: Dios la amó, la llenó de gracia y ella abrió la puerta para llenarse de eternidad.
Somos santos por ser amados, así lo dice Pablo en la Carta a los romanos: “A todos vosotros que estáis en Roma amados de Dios y santos” (Rom 1, 7).
¿Nos creemos esto? ¿Somos conscientes de que Dios es amor? El amor que Dios derrama en María, como en nosotros, es el que nos transforma en criaturas suyas y nos posibilita el ser capaces de amar según su estilo: amar cuando no tengo razones para amarte. Ese es el estilo de Dios.
MARÍA CREE EN EL AMOR
María es la mujer que cree en el amor: Dios envió al ángel a una joven prometida a un hombre llamado José, prometida en amor. María había dicho su primer, pero no precisa- mente a Dios, sino a José. María está enamorada y esto la ha capacitado para vivir el amor divino porque lo que nos acercarás siempre al amor de Dios, es nuestro amor humano.
Es curioso que Lucas nos relata la anunciación a María y Mateo la anunciación a José, el otro creyente del amor. El anuncio es a los dos: a la limpia a los ojos de Dios y al disponible y justo.
Según los últimos estudios exegéticos nos dicen que José, cuando conoce lo que pasa en María no repudia a María, sino que percibe que en María está actuando y ocurriendo un misterio divino y él no se sentía digno de entrar en ese proyecto divino. Pero su fe es fuerte: cuando recibe el anuncio lo primero que hace, nos dice el texto: “hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer” (Mt 1, 24).
CÓMO SERÁ ESO
La primera palabra que pronuncia María no es SÍ, sino una pregunta, la pregunta con que se titula esta charla, como exponente de esas otras y tantas preguntas que, a menudo, nosotros nos hacemos: ¿Cómo es posible? ¿Cuántas veces la lanzamos a Dios, sobre todo cuando en el devenir de la vida palpamos situaciones duras, difíciles y sobre todo incomprensibles?
Parece que hacer preguntas a Dios es no ser creyente, pero no es así. Como María abrimos nuestras dudas a Dios para ser capaces de aceptar algo que nos supera… Pero hemos de tener en cuenta que quien pregunta encuentra caminos de crecimiento…de purificación.
De hecho, María nunca afirma “imposible”, sino que abre su vida al Señor y le pregunta: yo no puedo hacerlo ¿Cómo lo vas a realizar? ¿CÓMO SERÁ ESO?
Para Dios nada es imposible, incluso que una virgen conciba en su seno, que en el seno de una virgen anide y crezca una luz capaz de romper toda oscuridad y llenar nuestras tinieblas de luz salvadora. Nos puede resultar un poco extraño, pero la vida del creyente solo es comprensible si en ella hay algo de incomprensible.
María se fía y cree que lo imposible se hace realidad, se hace posible.
En esa imposibilidad deberíamos de preguntarnos nosotros: ¿Es posible que nosotros encarnemos en nuestra vida la vida de Dios? ¿No experimentamos que en nuestro interior tenemos sabor a verdad, síntomas de entrega, decisión de amar, aunque no recibamos amor? También nosotros podemos creer que lo imposible se hace posible: estar llenos de Dios es vivir en comunión con Él.
“Toda la Escritura tiene un solo fin: hacernos ver a Dios en nosotros. Todos estamos llamados a ser madres de Dios. Por- que Dios necesita venir siempre al mundo.” (Maestro Eckhart)
Por eso María, no duda: HÁGASE, SOY TU ESCLAVA.
La verdadera devoción consiste en imitarla a ella en nuestra vida de cada día: ser criaturas abiertas, desde la sencillez a la novedad del Espíritu del que somos templos. Es decir: tratar de albergar a Cristo en nosotros, dejarnos encontrar por Él y así poder depositar en nosotros el tesoro de Dios.
Mirar a María es aprender del lenguaje de Dios para hablar hoy al mundo de Dios.
Por eso, María, llena de Dios no se encierra en ella misma. Inmediatamente se pone en camino a provocar y llenar de alegría a aquellos con los que se encuentra. Está tan llena de Dios, de su gracia, de su amor, que es capaz de transparentar a Dios.
¡Bendita tú entre las mujeres bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que venga a visitarme la madre de mi Señor?