Cristianismo y Ciencia. Un comentario

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Texto: Roberto Parra Cremades 

 

Uno de mis antiguos párrocos insistía en una idea clave: el cristianismo no es (ni debe ser) una mera religiosidad basada en un “intercambio” con Dios (dar culto para recibir favores). Esa religiosidad “de intercambio” conlleva creer que cada cosa que nos ocurre es algo que Dios nos ha enviado (o no ha querido evitar) como premio, como castigo, o como proyecto para nuestro futuro.

La ciencia explica los hechos mediante causas naturales (a ser posible con expresiones matemáticas), de manera que no hay lugar para una intervención divina en un acontecimiento particular. Así pues, si pretendemos explicar los hechos que observamos, el pensamiento científico es totalmente incompatible con una religiosidad “de intercambio”.

Pero la fe cristiana no se basa en ese intercambio. Quiero pedirte, querido lector, que recuerdes las Bienaventuranzas, y te fijes no sólo en lo que Cristo dice, sino también en lo que no dice. Son enunciados del estilo “dichosos los que…, porque ellos…”. Observa que nunca dice “…porque aprobarán el examen”, “…porque tendrán buena salud y larga vida”, “…porque la próxima riada respetará sus propiedades”, etc. El Señor no promete alterar las leyes de la naturaleza para solucionarnos los problemas aquí en la Tierra… al contrario de muchas formas de religiosidad, las cuales suponen dar culto a Dios para que resuelva estos problemas.

A la hora de explicar el mundo que nos rodea (las cuestiones de hecho) es frecuente comparar la visión de la ciencia con la visión del cristianismo, en un debate que se complica por al menos tres motivos.

 

Primer motivo

A veces enfrentamos fe de niños contra ciencia de adultos, y entonces nuestra fe sale mal parada, porque algunas cosas se transmiten a los niños con enunciados provisionales que no son estrictamente ciertos. Ocurre también con la ciencia: le decimos al niño que “el Sol sale por el Este”, lo cual es falso (hay una enorme diferencia entre el lugar por donde vemos salir el Sol en invierno y en verano). Eso no significa que todo lo que hemos aprendido de la catequista y la maestra de ciencias sea “un cuento”.

 

Segundo motivo

Existió una tendencia tradicional a interpretar todos los textos del Antiguo Testamento al pie de la letra, como si fuesen una crónica. Para quien pretenda aferrarse a esa interpretación literal, muchos hallazgos de la ciencia son un duro golpe. Sin embargo, hoy sabemos que el lenguaje bíblico incluye hechos y cifras simbólicos: las serpientes no hablan, luego la serpiente que el Génesis describe “hablando” no puede ser un reptil, y para darse cuenta de eso no hace falta ser científico.

 

Tercer motivo

Los cristianos no conseguimos quitarnos de encima el lastre de esa religiosidad “de intercambio” contra la cual predicaba mi párroco. Sabemos que Jesús dijo “quien quiera seguirme… que cargue con su cruz y me siga”, lo cual no choca con la ciencia. Pero nosotros (yo el primero) preferimos rezar para que nuestra cruz desaparezca por medios sobrenaturales… y ahí es donde chocamos con la ciencia. Este choque no se produce siempre, sino solo a veces, pues nosotros introducimos una división (que es artificial) en los procesos naturales. Veamos:

Si una ley de la naturaleza es sencilla, no incluye el azar, y sus resultados no nos disgustan nunca, entonces admitimos que “no se pueden pedir milagros”. Pongamos un ejemplo: sabemos que no todos los péndulos oscilan por igual, pero nadie cree que la diferencia se debe a que en ocasiones Dios pone un ángel a cada lado empujando el péndulo. Por tanto, nadie pide a Dios recibir una “ayudita” para que el periodo de su péndulo no dependa de la longitud del hilo.

Ahora bien: si una ley de la naturaleza es complicada, si incluye en la práctica un componente de azar, o si sus efectos pueden sernos adversos, entonces admitimos que existe esa ley, pero le pedimos a Dios que introduzca “excepciones” para beneficiarnos. ¿Ejemplos? He escuchado oraciones para que termine un episodio de sequía. O sea, estamos orando para que Dios modifique las leyes que gobiernan la dinámica del sistema océano-atmósfera. No pondré otros ejemplos, pero sabes, querido lector, que rezamos (yo el primero) frente a muchos procesos naturales con resultados más dolorosos para nosotros que una sequía. Y también sabes que a veces rezamos para recibir la “ayudita” divina en cosas de poca importancia (circulan por ahí oraciones para encontrar objetos perdidos). Se lo estamos poniendo muy fácil a la crítica atea, pues los ateos también suelen confundir el cristianismo con otras formas de religiosidad, y ridiculizan todo en el mismo “lote”.

No estoy defendiendo (como haría un deísta) que Dios haya creado el mundo y luego lo haya abandonado. Dios no ha abandonado el mundo. De hecho Dios ha venido al mundo, haciéndose hombre, para que el mundo se salve por él. La Providencia existe, el Espíritu Santo actúa, y la oración es útil… todo ello para ayudarnos a que venga el Reino de Dios (no para solucionar problemas a base de milagros).

La humanidad tiene mucho que agradecer a la ciencia, y los cristianos tenemos motivos adicionales. Por un lado, al explicar los hechos mediante leyes de la naturaleza (que a veces tienen un componente de azar), la ciencia nos libra del error de explicar los sucesos dolorosos como algo que Dios “me ha enviado”. Del mismo modo que la Física explica el periodo de un péndulo (no hay un ángel empujándolo), hay otras leyes de la naturaleza que explican los hechos trágicos en Geología (no hay otro ángel provocando terremotos), en Fisiología Humana, en Genética, etc. Esto lo tenemos más claro que los cristianos de hace mil años, gracias a la ciencia.

Además, los adelantos científicos nos ofrecen medios nuevos para ayudar al prójimo. Hay ejemplos sencillos: un teléfono móvil permite hablar a distancia y con frecuencia para consolar al triste (una obra de misericordia). Y hay ejemplos grandiosos: una donación de órganos permite ayudar incluso después de la muerte, gracias a la ciencia.

Termino con una aclaración importante. En este escrito me he referido a cómo interpretamos, en el contexto del cristianismo, los hechos que nosotros “podemos ver” en el mundo que nos rodea, hechos que nadie niega que hayan ocurrido.

La fe de nuestro bautismo se refiere a otro tipo de hechos, los cuales nos han transmitido y, por definición, “no podemos ver”, de manera que hay otras personas que niegan que esos hechos hayan ocurrido (con independencia de que esas personas sepan poco o mucho de ciencia).