La vida de maría marcada por el dolor

 

Dña. Francisca Oñate Jiménez, Hermana Superiora de la Comunidad de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús de Benirredrà

Conferencia impartida el 30 de noviembre en dolorosa museo dentro del ciclo de conferencias anuales de la hermandad.

 

Estamos en vísperas de comenzar el Adviento, es el tiempo litúrgico de María. En mi tierra, Andalucía, es el mes de mayo el mes que se le dedica por celebrarse muchas romerías y por ser el mes de las flores, pero es en Adviento cuando la Iglesia la coloca en el centro de la vida cristiana. La miramos para acompañarla y llenarnos de esperanza, quizás de todas las advocaciones con las que nombramos y llamamos a María, Esperanza y Dolores son las que mejor la definen.

El Adviento es el tiempo de prepararnos para acoger en nuestro corazón al Mesías, en Ella se cumple la promesa de Dios, de enviarnos la Salvación.  

Los acontecimientos importantes de la vida se preparan: una boda, un aniversario, una graduación, un nacimiento, un… casi se disfruta más en la preparación que cuando llega el momento esperado. El Adviento es el tiempo litúrgico que más me gusta, que más asombro me causa: el Misterio de la Encarnación, de Dios-con-nosotros. Quizás debemos tener un poco de cuidado y no dejarnos distraer por todo lo que nuestra sociedad de consumo ha montado en torno a la Navidad: un frenético consumismo, la economía trata de seducirnos y de alguna manera desvirtúa el Espíritu de la Navidad, que además celebramos todos, creyentes y no creyentes, y la convertimos  en todo lo contrario de  lo que celebramos: acaba haciendo más grande la brecha entre pobres y ricos. 

Lo que celebramos en Navidad es que Dios viene una y otra vez y no se cansa de llegar, viene a nuestro encuentro y se nos acerca en una mujer sencilla y de una forma bastante precaria, de tal manera que solo los pobres le van a acoger y reconocer. Recordamos a esos pastores que andaban cuidando a su rebaño y reciben la Buena Noticia, porque Dios viene para los excluidos y marginados, para devolver dignidad a todo el que la ha perdido, o mejor, a quienes se la hemos quitado.  

Vamos a acercarnos a la figura de María, Madre de la Iglesia y Madre Nuestra, abriendo nuestro corazón a todo lo que ella nos puede enseñar para vivir como amigos y testigos en el mundo del Hijo, Jesús, para vivir la lucha de la vida asumiendo el dolor con esperanza.

María tiene mucho que enseñarnos de cómo vivir el dolor y ser feliz a la vez, ¡tantas veces parece imposible soportar el dolor y sonreír!, María, que ha pasado por todos los dolores que los hombres y mujeres podemos pasar, nos enseña que es posible.  Ella es el mejor camino para acercarnos y llegar al Hijo, e intentar configurar nuestra vida cristiana con las actitudes y valores que Jesús nos enseña en el Evangelio.

Ignacio de Loyola tiene una petición muy bonita a Nuestra Señora “Ponme con tu Hijo”, y me gustaría que esta fuese nuestra petición esta tarde noche. Pedir a María que nos ponga con su Hijo, para recibirlo en nuestra vida y responder a la llamada que nos hace a cada uno a seguirlo y construir Reino.

La titular de vuestra hermandad es la Virgen de los Dolores, contempláis en María su corazón traspasado, como le dijo el anciano Simeón “Una espada traspasará tu corazón”. Como decía al principio, es el nombre que refleja lo que es la vida de María y lo que es nuestra vida, pero no olvidemos que es un dolor esperanzado que tiene Pascua.

Decimos que la vida entera de María está marcada por tener que afrontar e integrar el dolor en su vida, ya desde el momento de la Anunciación/Encarnación de Dios en el Hijo, en aquella decisión trinitaria de “Hagamos redención del género humano”, descubrimos y contemplamos a Dios que siente el dolor y sufrimiento del mundo y quiere aliviarlo, salvarlo, acompañarlo, y para esto elige a María. Ella va a colaborar en la obra de la Redención de una manera tan directa, podemos decir que María es la partera de la Redención, María espera la salvación prometida a Israel de tal manera que acoge en su vientre al Salvador, al Mesías prometido.

En su Sí generoso, descubrimos que es una mujer de Fe que acepta los planes de Dios, Su voluntad, teniendo que cambiar sus proyectos, aceptar la propuesta de Dios para ser la Madre de Jesús, y esto supuso dolor y renuncia que pasaría con su promesa con José… ¡es difícil imaginar cómo quedaría María ante semejante propuesta! y digo propuesta porque Dios nunca impone, Él siempre pregunta, invita, conduce… siempre desde la libertad que deja a la respuesta.

María acepta a ciegas, pero Dios no la abandona, y José la acoge y acompaña en la gran Misión de ser la Madre, nada más y nada menos, que de Dios hecho hombre para salvar a la humanidad sufriente. María sabe qué es aceptar el dolor, porque el Hijo viene a aliviar tanto sufrimiento humano, a defender a los sin voz. 

La respuesta de María es “He aquí la Esclava del Señor hágase en mi según tu palabra”. María acepta desde una disponibilidad total, desde la fe, ser corredentora con Dios, lo que la vincula al dolor del Hijo.

Del Sí pasa al servicio, cuando se entera de que su prima está embarazada lo primero que piensa es en ayudarla, no se cierra en lo suyo, se pone en camino y canta agradecida que Dios es Misericordia, que se compadece del dolor de los hombres y mujeres, que no abandona su obra. Es un canto a la pequeñez, a la sencillez, a la humildad… María es la mujer humilde y sencilla que Dios elige. A Dios las grandezas, las prepotencias, poderosos, orgullosos y engreídos… como que no le van, no es camino de salvación y sanación, el camino es María. 

Su dolor en el camino al Gólgota y al pie de la cruz tuvo que ser terrible, un dolor que la acompaña en todos los acontecimientos que conocemos de su vida, podemos pensar en el nacimiento de Jesús, ¿a qué madre no le duele no tener un lugar decente que ofrecer a su hijo para nacer? ¡Qué duro tuvo que ser, a punto de dar a luz encima de un burro, el camino de Nazaret a Belén, que terrible no tener sitio en la posada!

María se encuentra a la intemperie cuando se pone de parto, de nuevo asalta la compasión ¡qué duro ofrecer al Hijo de Dios un pesebre para nacer!, pesebre y cruz tienen mucho que ver: dos lugares a las afueras, una cruz de madera, un pesebre de madera, Jesús muere como nace a las afueras, como un excluido… por eso es tan fácil encontrarnos con Él en los excluidos, por lo menos yo es casi cuando lo toco. Dios no elige un camino fácil y María tiene que asumirlo, acompañarlo y sufrirlo en su corazón de Madre… tener que parir a la intemperie no pudo ser agradable, pero María confía a su Dios, su dolor.

María es un dolor asumido y confiado en el que Dios no la abandona, sus caminos no son nuestros caminos, la alegría de dar a luz mezclada con la precariedad, la soledad, la falta de medios… aun así, seguro que disfrutó ese momento de ser madre y abrazar al hijo.

Esta precariedad de María, no tiene nada, quienes sois padres y madres la podéis entender muy bien, cuando se espera un hijo se le prepara todo lo mejor, pero este es el modo de Dios que se hace solidario con el dolor de tantos y tantos que no tienen un lugar dónde nacer, que no tienen nada. Podemos pensar en las mujeres que dan a luz en las pateras, en los campos de refugiados, en casas sin condiciones, en los caminos. He tenido la suerte de estar en Guinea Ecuatorial y palpar la precariedad de muchas mujeres al dar a luz. Dios quiere bajar a esos lugares que nosotros no queremos, allí se le siente de manera especial. 

El nacimiento del Hijo de Dios  del vientre de María nos habla de solidaridad, misericordia y salvación, de exclusión, pero también de felicidad, no me imagino a María víctima de las circunstancias, sino agradecida por tener un pesebre donde cobijarse. 

Dice Lucas, en el anuncio a los pastores, que María “lo conservaba y meditaba todo en su corazón”, el corazón de María vive en la incertidumbre y en la fe, envuelto en el Misterio de Dios, y va guardando cada acontecimiento en su corazón, abierta a lo que Dios vaya diciendo, a la escucha, sin quejarse. Intentar, en este tiempo de Adviento, meternos en su corazón, solidarizarnos con sus sentimientos.

 

Simeón le dice a María “este está colocado de modo que todos en Israel caigan o se levanten, será una bandera discutida, en cuanto a ti, una espada te atravesará el corazón”, le está adelantando lo que le espera a Jesús, ¡cuántas vueltas debió dar a esto María!, le debió dar mucho que pensar en lo que le esperaba a su hijo, al Hijo, se preguntaría tantas veces ¡qué será de Él!

Si recordamos la huida a Egipto, ¡qué miedo tuvo que pasar María al conocer que Jesús corría peligro, teniendo que huir para ponerlo a salvo!, de nuevo en camino, en salida como dice nuestro Papa, y es que Dios quiere sufrir y padecer todo lo que sus hijos sufren y  padecen; Jesús es perseguido por el poder de este mundo desde que nace, no se libra de una… Y María guardaba todo en su corazón de madre, dejándose llevar, conducir por el Dios del que se había fiado, al que había dicho Sí sin saber todo lo que le aguardaba.

El camino de Dios entre los hombres no es fácil, no tiene dónde nacer, y tiene que huir porque le quieren matar.  Nuestro Dios es un Dios compasivo que se hace uno de tantos, viviendo las luchas de los hombres que tienen que huir, que son perseguidos…  y la Madre siempre junto al Hijo.

¡Cuánta ternura, cercanía, acompañamiento debió sentir Jesús de María su Madre, cuánto debió aprender de ella a esperar y confiar en el Padre que nunca abandona la obra de sus manos! María seguro que enseño a Jesús a rezar… le acompañó en su crecer, le educó en la fe de Israel que aguarda la promesa de Dios… ¡cuántas conversaciones, cuántos consejos, cuidados…! 30 años en casa de María, son muchos años compartiendo la vida.  

Aun así, Jesús le dio algún disgusto: cuando se perdió quedándose en el templo con los doctores de la Ley, ¡qué angustia tuvo que pasar al no encontrarlo en la caravana!, otro momento de dolor en la vida de María. Otra ocasión para seguir guardando en el corazón  aquella respuesta de Jesús cuando lo encuentran “no sabías que me tengo que ocupar de las coass de mi Padre”. Tres días con el niño desaparecido, tres días en el sepulcro… ¡cuánta agonía, desconsuelo, desesperación, confusión…! pero permaneciendo fiel, lo busca hasta que lo encuentra.

María le pregunta “¿hijo por qué has hecho esto? Te buscábamos angustiados”, María le expresa su angustia y sigue sin  entender, guardando en su corazón, y aún le quedaba por pasar lo peor.

Jesús se marcha de casa de su Madre para comenzar su misión y de Él se habla en toda la región, lo bueno que hace, cómo le sigue la muchedumbre, cómo sana y perdona, esto tuvo que dar mucha alegría a María, pero también como es puesto en entredicho, como tiene enemigos y es discutido por las autoridades religiosas, la intranquilidad, la preocupación, el miedo por lo que podía pasar… su corazón se va llenando de dolor por el Hijo de sus entrañas, no sabía ella lo que aquel saludo amable del ángel le traería. 

Y nos adentramos en la Pasión, ¡qué doloroso tuvo que ser acompañar al Hijo en la Pasión!  Me imagino a María en la Cena y de allí seguro que lo acompañó a Getsemaní, lo vio en su lucha y angustia por aceptar aquel cáliz que el Padre le pedía. Fue testigo de los juicios, le acusan de alborotador y blasfemo… los arrestos, las burlas, ver que se va quedando solo, que todos van desapareciendo, hasta Pedro le niega, el pueblo por el que había hecho tanto pide la muerte de Jesús a voces… y María escuchando la aclamación ¡crucifícalo! “esa espada que le atraviesa el corazón”, María le acompaña en el camino al Gólgota, el dolor de la Madre ante una condena tan injusta, inexplicable…  y María llega al lugar en que lo iban a crucificar, Jesús viendo el sufrimiento de su Madre, seguro dándole ánimo con su mirada, ¡cuántas miradas se cruzaría, cuánta comunicación en esas miradas, cuánto amor y consuelo!, los grandes sentimientos no se comunican con palabras… 

La escena es fácil de imaginar, los sentimientos y el dolor de María difícil, pasar por la condena y muerte del Hijo de sus entrañas… sólo el silencio tiene cabida en semejante dolor, ahora sí que la espada le ha traspasado no sólo el corazón sino sus entrañas, y María permanece confiando en Dios, su Fe la sostiene en que la muerte no va a tener la última palabra, y le entrega al Padre lo que más quiere: al Hijo. 

María se hace solidaria con el dolor de tantas madres que ven a sus hijos en las redes de la muerte, tantas madres que ven marchar a sus hijos y no vuelven a saber de ellos, tantos hijos que, buscando un futuro, han quedado en los fondos marinos sepultados.

Jesús no se despreocupa de su Madre, entre sus últimas palabras nos la entrega como Madre a todos, entregándosela a Juan, le encomienda su cuidado al discípulo amado, nos hace hijos a todos: “ahí tienes a tu hijo, ahí tienes a tu Madre”, a Juan el discípulo amado le encomienda el cuidado de su Madre y a su Madre el de la Iglesia, el de todos.

María recibe en sus brazos al hijo, un cuerpo sin vida, ensangrentado, con una llaga en el pecho, sin vida… escena que no encuentra palabras para explicar, el dolor solo se puede acompañar.

San Ignacio en los ejercicios tiene una contemplación muy bonita, imaginar que Jesús Resucitado se aparece a María. Los evangelios nos hablan de otras apariciones, pero Ignacio imagina que  seguro tuvo que aparecerse a su Madre.

El día de Pentecostés María estaba con los apóstoles, aquella encomienda que Jesús hizo a Juan en la cruz la habían cumplido Juan y María, la acogen como Madre y ella como hijos, está presente en el momento que les envía su Espíritu y se le quitan los miedos, el dolor, y se lanzan a predicar.

 

EL DOLOR  DE MARÍA ES

Aceptado desde la Fe. María al pie de la cruz acepta la muerte del Hijo que se ha entregado en los brazos del Padre.

Esperanzado. María sigue confiando en la promesa de Dios que no abandona la obra de sus manos.

Compasivo y misericordioso, se une a la oración del Hijo en la cruz “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” María perdona a los que han matado a su Hijo.

Sereno. María acepta, sin revelarse ni desesperarse, la muerte de su Hijo.

Solidario, se siente unida al dolor de tantos hombres y mujeres que son injustamente machacados y abandonados, al dolor de su pueblo en guerra, dónde se siguen matando a tantos inocentes.

Gratuito y generoso. María no pide nada, lo entrega todo, entrega al Hijo a su causa que es el reino.

Paciente. María sabe que la muerte no tiene la última palabra, reúne en torno a ella a los que por miedo se habían dispersado.

Consolador. María consuela a todos los que pierden un hijo, fuerte y resistente. María no se viene abajo, permanece junto al Hijo.

Acogedor. María nos acoge a todos en su corazón de Madre para fortalecer nuestra fe.

Cotidiano. María superando las luchas de la vida y guardando en su corazón cada acontecimiento, maternal, profundo, brota de las entrañas,

Silencioso. María medita en su interior cuanto acontece, libre. María lo acepta asumiendo las consecuencias de ser la Madre del Mesías, del Salvador.