Los 7 Dolores de María 2015

Texto: Fernando Chorro Guardiola

 

¡Oh, María, Madre Nuestra! queremos unirnos a tu dolor, para que, con tu ejemplo de seguimiento fiel a tu Hijo, sepamos convertir nuestros sufrimientos en gozo y compromiso de vida.

Que las dificultades que supone, en ocasiones, el ser cristiano, se conviertan en el gozo de vivir la buena noticia del Evangelio

Que el sufrimiento de ver a la Iglesia perseguida y acosada, se convierta en el gozo de hacer que sea, cada vez más, auténticamente luz del mundo.

Que la angustia de aquellos momentos en los que se vive una oscuridad en la vida de fe, se convierta en la alegría de encontrar a Dios y la fortaleza que concede su gracia.

Que el dolor de las cruces que cada uno lleva, se convierta en el gozo de ser cirineos para las de los demás.

Que el padecimiento de ver la enfermedad en nuestros seres queridos, se convierta en la paz que concede en servirles con amor.

Que la tristeza de vivir una religiosidad superficial, se convierta en la alegría de mirar con los ojos de Cristo.

Y que el dolor por los sufrimientos que causamos a Nuestro Señor, se convierta en la alegría de vivir con la esperanza de la Resurrección que nos salva.

 

1. DOLOR. LA PROFECÍA DE SIMEÓN. (Lc 2, 25-35)

María, con José, acude al templo, para presentar a Jesús al Señor. Allí escucha y observa la actitud de Simeón y de Ana. De un modo especial la ancianidad de Simeón y de Ana hace brotar, en el corazón inmaculado de la Santísima Virgen, los más sublimes sentimientos de amor y respeto hacia ellos.

¡Qué diferente es la actitud de la sociedad de hoy hacia los ancianos!

Para los hombres y mujeres de nuestro tiempo los ancianos molestan, ya no hay lugar para ellos en nuestras casas, ni tiempo que dedicarles a ellos. Estamos muy ocupados en nuestros quehaceres y en cómo disfrutar del tiempo libre en la sociedad del bienestar, evidentemente sin ancianos.

En las que denominamos –residencias de la tercera edad– para tranquilizar nuestras pobres conciencias, se acumulan regalos que Dios ha hecho a tantas personas y éstas han rechazado. Muchos de nuestros ancianos que, en residencias, viven en soledad su vida, han sido el gran regalo que Dios quiso hacer a cada hombre y mujer, obsequiándoles con los que fueron unos padres entregados al servicio y cuidado de sus hijos.

¡Oh, María! Haz que sepamos descubrir en nuestros mayores un don de Dios y que, como Tú, les escuchemos, estemos cerca de ellos, les demos todo nuestro cariño y queramos disfrutar de su compañía.

 

2. DOLOR. LA HUÍDA A EGIPTO. (Mt 2, 13-15)

María, José y el Niño huyen a Egipto porque saben que Herodes le busca para matarlo. Ante esta situación de grave angustia, María tiene el gran consuelo de sentir el amor de una familia unida.

En nuestro tiempo María tiene el sufrimiento de ver tantas familias rotas o familias que no son una comunidad de amor.

Las familias se rompen, o viven sin amor: si el hombre y la mujer no se tomaron en serio su vocación de esposo/esposa o de padre/madre; si los esposos no han sabido asumir la exigencia de una vida en común; si cada uno de los miembros de ella no está dispuesto a entregarse por completo al servicio de los demás; si no se vive un amor auténtico, que supone querer a pesar de los comportamientos negativos y defectos del otro; si no se está dispuesto a pedir sinceramente perdón y perdonar.

¡Oh María! tú que viviste la alegría y el apoyo de vivir en una familia unida, tiende tu manto protector a las familias para que en ellas se viva una entrega generosa entre sus miembros y sean, por tanto, una auténtica escuela de amor que lo irradie en nuestro mundo.

 

3. DOLOR. EL NIÑO PERDIDO EN EL TEMPLO. (Lc 2, 41-50)

María y José sufren angustiosamente la pérdida de su hijo. Regresan rápidamente a Jerusalén para buscarlo y, ¡al fin!, lo encuentran en el Templo ocupado en las cosas de Dios. El gran sufrimiento de María tiene el inmenso consuelo de ver a Jesús, ya en la infancia, dedicando tiempo y amor al Padre.

Hoy María tiene el gran dolor de ver: a muchos niños que son bautizados, a muchos niños que reciben la primera comunión y a muchos jóvenes que se confirman, para –muy poco después– desaparecer de los templos. En las familias de estos niños y de estos jóvenes se sembró la semilla de la fe, pero la falta de una auténtica vida cristiana familiar,  la ausencia del compromiso de los padres, como primeros educadores cristianos, así como la fácil y engañosa seducción del mundo, explican que los niños y los jóvenes se pierdan, pero María no tiene el consuelo de hallarlos en el templo.

¡Oh, María! haz que estos niños y estos jóvenes, que en su día recibieron la filiación divina, el alimento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo y el don del Espíritu Santo, regresen a la Casa del Padre. Haz que, conociendo a tu Hijo Jesús, sepan descubrir que es lo más valioso que han podido encontrar.

 

4. DOLOR. MARÍA SE ENCUENTRA CON JESÚS CAMINO AL CALVARIO. (IV ESTACIÓN DEL VIA CRUCIS)

María se encuentra con su Hijo, cuando éste se dirige con la cruz al Calvario. La Virgen Santísima tiene el mayor dolor al ver a su Hijo destrozado físicamente y pensar en el final que le aguarda. La Madre Dolorosa tiene, con toda su angustia, el consuelo de saber que todo lo que sufre Jesús, con la cruz a cuestas, lo hace por amor a los demás, como lo demuestra, en el Via Crucis, con su mirada, con sus gestos y con sus palabras.

El dolor de María sigue existiendo hoy al contemplar en nuestro mundo:

– Los que soportan en su vida una gran cruz, pero siguen luchando para hacer felices a los demás.

– Los que llevan en algunos momentos una pequeña cruz, pero la magnifican y sólo viven pendientes de ellos mismos

– Los que contemplan, con indiferencia, la cruz que llevan los demás.

– Los que son los causantes de la cruz que soportan otros.

– Los que critican a aquellos que, con auténticos valores caritativos, se esfuerzan en ser cirineos en nuestro mundo.

¡Oh, María!, Madre Dolorosa, haz que como tú sepamos llevar con esperanza nuestros sufrimientos, nos esforcemos por sembrar paz y alegría, estemos cerca de los necesitados y, con nosotros, encuentren consuelo los tristes.

 

5. DOLOR. JESÚS MUERE EN LA CRUZ. (Jn 19, 17-30)

María, con las piadosas mujeres y el apóstol Juan, se mantiene –aunque destrozada por el dolor– al pie de la Cruz. Esta Cruz, que atormenta a su Hijo, será el principio de nuestro triunfo y de nuestra salvación. Al igual que nuestra Madre, debemos fijar nuestra mirada en la Cruz.

El tramo vertical de la Cruz nos recuerda que Jesús, con su Vida y con su Muerte, ha querido unir Cielo y Tierra. La parte clavada en el suelo simboliza que el cristiano, como Jesús, debe caminar por el mundo haciendo el bien, buscando siempre la concordia y la paz, el perdón y la unidad. En definitiva, el discípulo de Cristo debe esforzarse por anticipar los signos del Reino de Cristo en la Tierra.

La parte superior de la cruz nos hace reflexionar en que únicamente somos peregrinos en la Tierra, pero con vocación de eternidad. Nos recuerda, además, el amor inmenso que Dios nos tiene para regalarnos la filiación divina, condición que nos exige una coherencia de vida.

El tramo horizontal de la Cruz simboliza los brazos y las manos del cristiano, es decir, prolongación de los brazos de Cristo. Brazos que acogen a todos, sin distinciones; manos de hombres y mujeres con las que se dan; y manos que trabajan, con vocación de servicio a los demás.

¡Oh, María! Tú sentiste siempre muy cerca a Jesús: en tu seno virginal, en su vida familiar, en su vida  pública, y, ahora, al pie de la Cruz.  Haz, que por tu proximidad a Cristo, te sintamos profundamente humana y espiritual,  siempre Madre nuestra y camino seguro hacia Él.

 

6. DOLOR. MARÍA RECIBE EL CUERPO DE JESÚS. (Mc 15, 42-46)

María, con inmenso dolor, recibe en sus brazos el cuerpo de Jesús. En el fondo de su corazón sabe que este cuerpo será germen de vida y de salvación, por ello es consciente que abraza, como a lo largo de su vida, un auténtico tesoro. Resuena en su interior las palabras de su Hijo: “Donde está tesoro, ahí está tu corazón.”

María sigue sufriendo cuando ve en nosotros los tesoros que perseguimos a lo largo de nuestra vida y los afanes por conseguirlos: poder, placer y tener.

El poder, que no se concibe como servicio al prójimo, y teniendo como guía la justicia y el bien común, sino como medio para lograr el beneficio personal y el de los suyos.

El placer, que supone el desarrollo de una personalidad que sólo hace culto al yo, y todo y todos se someten a ello.

El tener, para lograr un paraíso personal en la Tierra, donde los demás cuentan muy poco o nada.

El poder, el placer y el tener hacen que la vida de tantos hombres y mujeres sea totalmente estéril.

¡Oh, María! sé nuestra guía, para que sepamos tener a Jesús como nuestro auténtico Tesoro, nos esforcemos por estar cerca de Él, nos alimentemos con su Pan y su Palabra y sepamos descubrirlo también en los demás.

 

7. DOLOR. JESÚS ES COLOCADO EN EL SEPULCRO. (Jn 19, 38-42)

María sufre la terrible angustia de la separación última de Jesús, que ha sido sepultado. La Virgen Santísima ha sentido profundamente cada una de las palabras que le ha escuchado a su Hijo y, por ello, en lo más profundo del corazón de la Soledad brilla una luz de esperanza en la Resurrección. Este dolor de María es un sufrimiento inmenso, pero, a la vez, sereno y comprometido con ser apoyo de todos los que a Ella se acogen.

Nuestra Madre sigue sufriendo cuando ve algunas de las actitudes de los que, reconociendo la Resurrección de Cristo como el acontecimiento más importante de la Historia, vivimos como si Jesús permaneciera sepultado.Sepultamos a Jesús cuando vivimos una fe que no pone luz en nuestra existencia.

Sepultamos a Jesús cuando no somos capaces de anunciarlo a los demás, siendo coherentes con nuestra vida.

Sepultamos a Jesús cuando no le dedicamos tiempo a Él, con nuestra oración y práctica sacramental.

Sepultamos a Jesús cuando no lo encontramos y lo amamos en el prójimo.

¡Oh, María! Tú que estuviste siempre unida a tu Hijo: en su Vida, en su Muerte, en su Resurrección; y que has hecho, como su Madre y Nuestra Madre, un camino seguro hacia Él, haz que sepamos acoger su Espíritu glorioso en nuestro corazón, para contemplarlo todo con la mirada de Cristo.