Los 7 Dolores de María 2017

Texto: Fernando Chorro Guardiola

Música: Coral Polifónica Sagrada Familia de Gandia bajo la dirección de Telmo Gadea.

 

Santa María, Madre Dolorosa, queremos reflexionar en estos siete momentos de tu vida, para aprender de ti y pedir tu auxilio y cercanía.

Virgen de la Esperanza: Haz que sepamos seguir el camino que nos ofrece tu Hijo. Que Él sea la auténtica Luz que ilumine nuestra andadura por la vida y que, con nuestros actos, no la oscurezcamos a los demás.

Virgen del Silencio: Intercede por nosotros, como Madre amorosa, para que seamos fuertes, frente a toda tentación que nos pueda alejar de tu Hijo, y no apartes de nosotros tu mirada misericordiosa.

María Madre: Ayúdanos a que descubramos, si somos dóciles al Espíritu, que Tú eres un signo de lo que puede ser nuestro presente y un anticipo de nuestro futuro.

Madre Dolorosa: Enséñanos a tener la valentía, como Tú y las piadosas mujeres, de estar siempre con Jesús, llenarnos de su gracia y de reconocernos, sin temor, como discípulos suyos.

Virgen del Consuelo: Aviva en nosotros la alegría de pertenecer a la Santa Iglesia, esposa de Cristo y Madre nuestra.

Virgen de la Piedad: Acoge en tus brazos amorosos a los que mueren o son perseguidos por ser testigos del Evangelio.

Virgen de la Soledad: Siembra en nosotros la esperanza y la alegría en Cristo Resucitado. Amén

 

1. DOLOR. LA PROFECÍA DE SIMEÓN. (Lc 2, 25-35) (Escuchar Dolor 1)

María, al escuchar el anuncio del ángel, se puso a disposición de Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.” (Lc 1, 38). La Virgen Santísima recibió con gozo al Salvador, pero las palabras del anciano Simeón no hicieron sino confirmar lo que Ella presagiaba. Ser la Madre de Jesús iba a suponer también recorrer estrechos caminos en su vida de gran sufrimiento para Ella. En lo más profundo de su corazón resuenan las palabras de su Hijo: “Entrad por la puerta estrecha. Porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos.” (Mt 7, 13-14)

Seguir el camino de Jesús no es nada fácil. Andar por la senda del Evangelio nos exige mucho sacrificio y muchas renuncias. Supone decir un SÍ a Nuestro Señor, que compromete toda la vida, y saber decir muchas veces no, a todo aquello que nos desvía de las huellas del Maestro. En este camino difícil contamos con el auxilio de Él: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (Flp 4, 13)

Nuestra vida como creyentes no será auténtica si no hay esfuerzo, lucha, superación, compromiso, renuncias y fidelidad a la Verdad para conquistar la auténtica Libertad. Muy poco coherente es nuestro cristianismo si avanzamos en la vida por la “autopista” de las personas mundanas.

Una medida de la fidelidad a Cristo es qué respuesta damos a estas preguntas: ¿Todo en mi vida está iluminado por la Buena Noticia del Evangelio?, ¿Me preocupo de anunciar a Cristo con mi forma de actuar?, ¿Pongo en práctica el precepto del amor al prójimo, especialmente hacia los más necesitados? ¿Reviso mi vida para adecuarla a las enseñanzas de Jesús y me esfuerzo para mantenerme en el buen camino?

Virgen de la Esperanza: Haz que sepamos seguir el camino que nos ofrece tu Hijo. Que Él sea la auténtica Luz que ilumine nuestra andadura por la vida y que, con nuestras acciones y omisiones, no la oscurezcamos a los demás.

¡Oh, Madre!, si por nuestra debilidad dejamos de ver el resplandor de Jesús, se Tú, el espejo que nos refleje y devuelva su luminosidad.

Amén.

 

2. DOLOR. LA HUÍDA A EGIPTO. (Mt 2, 13-15) (Escuchar Dolor 2)

María y José supieron estar a la escucha del Señor, a través del mensaje del ángel, para huir de la crueldad de Herodes y emprender un camino difícil, pero con la alegría y confianza de llevar al Niño Dios. ¡Cuánta fe en María y en José! Ellos no huían de Dios, sino que huían con Dios.

El peligro y la maldad, que representa para nuestra vida el demonio, están presentes. Satanás quiere que nos alejemos de Dios. Si pensamos que el Maligno no existe ya estamos dejando que él nos esté venciendo.

Las personas de fe debemos tener una doble confianza:

En primer lugar, hemos recibido – y no en sueños – el gran anuncio de la Palabra de Dios y de un modo especial del Nuevo Testamento, que nos indica cómo debemos actuar para vencer las tentaciones y mantenernos fieles al Señor.

En segundo lugar, nos da una gran fortaleza saber que con la Muerte de Jesús en la Cruz, el pecado y, por tanto, el demonio han sido derrotados. La victoria de Jesús será también nuestra victoria si dejamos que su Espíritu actúe en nuestra vida. “No soy yo es Cristo el que vive en mí.” (Ga 2, 20)

Las tentaciones pueden venir del diablo o de sus colaboradores, como pueden ser lo que pretende ofrecernos: el materialismo y riquezas del mundo, las personas sin criterios morales o nuestro ser instintivo e irreflexivo.

Ante las tentaciones, con las que nos vemos acosados, sólo cabe la actitud de María y José, que es huir con prontitud del Cruel, del Perverso, que es el Herodes que nos persigue también hoy. Nos será también de gran fuerza para nuestra vida seguir el consejo del Maestro, pronunciado en Getsemaní: “Velad y orad para no caer en la tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es débil.” (Mc 14, 38)

Virgen del Silencio, modelo de fidelidad a Dios y que nos enseñaste sobre todo con tu modo de optar, de orar y de obrar: Intercede por nosotros, como Madre amorosa, para que seamos fuertes frente a todo lo que nos aleje de tu Hijo; y no apartes de nosotros tu mirada misericordiosa, para que al vernos tambalear o caer a lo largo de nuestra vida, contemos siempre con tu auxilio.

Amén.

 

3. DOLOR. EL NIÑO PERDIDO EN EL TEMPLO. (Lc 2, 41-50) (Escuchar Dolor 3)

María y José sufren con angustia la pérdida de Jesús. Vendrían a su mente los peores augurios, lo buscaron durante tres días y no tuvieron la serenidad de pensar, con lógica, dónde estaría su Hijo, ya que, en la peregrinación religiosa que habían realizado al templo de Jerusalén, Jesús – que ya manifestaría su infinita espiritualidad – podría haberse quedado allí. Tampoco entendieron, de momento, la respuesta de su Hijo ante la queja de María: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 49)

María meditaba todo esto en su interior y se daría cuenta de la gran analogía entre la primera Pascua de su Hijo y su última Pascua. En ambas, Jesús, manifiesta su entrega a la voluntad del Padre y a su proyecto de Amor infinito.

También nosotros en nuestra vida de fe podemos perder a Jesús, pero Él no se esconde de nosotros. Su promesa es muy clara y concluyente: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos.” (Mt 28, 20)

Nuestra debilidad, nuestra inconstancia y nuestro pecado es lo que hace que no prestemos atención a Cristo. No lo hacemos si no escuchamos y meditamos su Palabra, si no le dedicamos un tiempo a la oración, si no lo hallamos en el hermano pobre o desamparado, si no buscamos momentos para estar junto a Jesús Sacramentado, si no nos alimentamos de su Cuerpo y de su Sangre y si no renacemos a la vida de la gracia. Pero Él no se cansa de seguir buscándonos. Es muy fácil, si deseamos de verdad, que nos encuentre: “Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos.” (Ap 3, 20)

María Madre: Llévanos siempre contigo para que estemos cerca de Jesús y nunca le perdamos.

Haz que, al tenerte a nuestro lado, podamos observar mejor que el Altísimo ha hecho maravillas en Ti y que Tú eres el mejor regalo del Amor de Dios.

Ayúdanos a que descubramos, si somos dóciles al Espíritu, que Tú eres un signo y un compromiso de lo que puede y debe ser nuestro presente y que eres un anticipo de nuestro futuro.

Amén.

 

4. DOLOR. MARÍA SE ENCUENTRA CON JESÚS CAMINO AL CALVARIO. (IV ESTACIÓN DEL VIA CRUCIS) (Escuchar Dolor 4)

Después de ser prendido Jesús, en el Huerto de los Olivos, sus discípulos lo abandonaron y no sólo eso, sino que Pedro, un poco más tarde, le negó con rotundidad por tres veces.

El terrible dolor que sufre María en la Pasión y Muerte de su Hijo se ve agrandado por el abandono de los suyos. ¿Dónde están sus discípulos?, ¿dónde los que le recibieron triunfalmente en Jerusalén?, ¿dónde los que fueron curados?, ¿dónde los que fueron alimentados? Sólo su Madre y unas cuantas mujeres, a las que se unió el joven Juan, permanecieron fieles a Jesús en el camino al Gólgota y al pie de la Cruz. ¿Dónde están los hombres recios, que se decían discípulos y amigos del Maestro?

No fue casualidad que Jesús, en el durísimo camino hacia el Calvario, entre el griterío de la gente, los únicos lamentos y sollozos de afecto vinieran, de su Madre y de las piadosas mujeres; no fue casualidad que junto a la Cruz, mostrando su amor y valentía, estuvieran su Madre y las piadosas mujeres; no fue casualidad que las primeras personas que acudieron al Sepulcro, al alborear el primer día de la semana, fueran las piadosas mujeres.

La persona más excelsa, de únicamente naturaleza humana, que fue elegida por Dios, para ser la gran colaboradora en nuestra Redención fue la Virgen Santísima. Fue una mujer – Isabel, la madre del Bautista – la primera que reconoció, después de María y José, la venida del Señor: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” (Lc 1, 42). También fueron las fieles mujeres las que primero supieron de la Resurrección y recibieron el primer mandato de Cristo Resucitado: “Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.” (Mt 28, 10)

En tiempos de Jesús la mujer estaba totalmente marginada y Él dejó muy claro, y para siempre, la idéntica dignidad de todos los seres humanos: mujeres y hombres; judíos y gentiles; de una raza o de otra; con no rotundo a cualquier tipo de discriminación y un sí rotundo a su libertad e igualdad.

Madre Dolorosa: Enséñanos a tener la valentía, como Tú y las piadosas mujeres, de estar siempre con Jesús, llenarnos de su gracia y de reconocernos, sin temor, como discípulos suyos. Ayúdanos para que, a ejemplo tuyo y de las mujeres que te acompañaban al pie de la cruz, acudamos para socorrer a los hermanos que sufren; y que, como ellas, pongamos nuestra mirada en Cristo, para que aumente nuestra capacidad de servir y de amar.

Amén.

 

5. DOLOR. JESÚS MUERE EN LA CRUZ. (Jn 19, 17-30) (Escuchar Dolor 5)

María, al pie de la Cruz, escucha las palabras que le dirige Jesús: “Mujer, ahí tienes a tu hijo.” (Jn 19, 26). La Virgen Santísima se convirtió, desde aquella hora, en Madre de todos y en Madre de la Iglesia naciente. María estuvo animando a los primeros discípulos, acobardados y desconcertados, tras la muerte de Jesús y sigue acogiendo con su manto protector a cada uno de nosotros y a la Santa Iglesia.

Jesús nos prometió la Iglesia, en la que nos reunimos todos los redimidos y vivificados por Él: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.” (Mt 16, 18); y que permanecería con nosotros por siempre: “Sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos.” (Mt 28, 20).

En el Calvario, en la agonía y muerte de Jesús, recibimos dos generosos e inmensos regalos: la maternidad de la Virgen María y la maternidad de la Iglesia. María, estando en la Iglesia y siendo miembro suyo, es a la vez, una realización anticipada de lo que luego va a ser la Iglesia universal: santa, madre, plena de gracia, templo, glorificada y colaboradora.

En la carta de San Pablo a los efesios se manifiesta la estrecha unión de Cristo y la Iglesia: “… Cristó amó a la Iglesia: Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla,… y para colocarla ante sí gloriosa, sin mancha, ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada.” (Ef 5, 25-27).

La Virgen Santísima sufre con amargura cuando ve la actitud de algunos de sus hijos: Unos se alejan de la Iglesia, con argumentos tan contradictorios como: “Creo en Cristo, pero no en la Iglesia”; otros la critican por sus fallos.

Los cristianos, coherentes con nuestra fe, deberíamos tener claro: que la Iglesia brota de Cristo y en ella está su mismo Espíritu; que la Iglesia, por su origen, es santa; que, al estar formada por hombres y mujeres, es imperfecta por nuestros pecados; que no se puede querer a Cristo y no a su esposa, la Iglesia, ya que en ella dejó Nuestro Señor todo lo que necesitamos para seguir su Camino, para conocer la Verdad y para tener Vida por siempre.

Virgen del Consuelo: Aviva en nosotros la alegría de pertenecer a la Santa Iglesia, esposa de Cristo y madre nuestra.

Recuérdanos que la Iglesia es y será siempre, como Tú, llena de gracia, porque brota de Cristo.

Y ayúdanos a que, con nuestras buenas obras, hagamos que la Iglesia crezca en santidad.

Amén.

 

6. DOLOR. MARÍA RECIBE EL CUERPO DE JESÚS. (Mc 15, 42-46) (Escuchar Dolor 6)

“José de Arimatea, que también aguardaba el reino de Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.” (Mc 15, 43)

Cuánto agradecería y alabaría la Virgen María el proceder y la valentía de José de Arimatea de pedirle a Pilato el cuerpo sin vida de Jesús, para bajarlo de la cruz, ponerlo en brazos de su Madre y llevarlo después, junto con Nicodemo, al sepulcro.

Al pensamiento de María venían las palabras elogiosas, que en su día predicó su Hijo, dirigidas al que se mantenga fiel a Él: “A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos.” (Mt 10, 32)

La Madre Dolorosa contempla en sus brazos el cuerpo sin vida de su Hijo y siente la infinita injusticia que ha sido cometida al que es la infinita bondad.

Nuestra Madre sigue padeciendo, con gran angustia, al contemplar los cristos sufrientes de hoy. En nuestro tiempo sigue habiendo cristianos perseguidos y cristianos asesinados por ser valientes testigos del Evangelio.

Corea del Norte, Somalia, Afganistán, Sudán, Siria, Irak, Irán, Yemen, Eritrea, y tantos otros países, sufren persecución cristiana hoy. En la actualidad, aproximadamente unos doscientos millones de cristianos se considera que son perseguidos, por mantenerse fieles al mensaje de Jesús.

En países de antigua tradición cristiana no hay propiamente persecución religiosa, pero sí se intenta acallar la voz de la Iglesia, “recluirla en las sacristías”, ridiculizar su mensaje como obsoleto o presentarlo como algo folclórico.

También produce un gran dolor en la Virgen ver que, en las naciones que recibieron antes el anuncio de la Buena Nueva, hay muchos cristianos hoy que abandonaron su fe o que viven un cristianismo tibio: amando a todas las cosas, sobre Dios; amando al prójimo, pero mucho menos que a uno mismo; poniendo una vela a Dios, pero otra al diablo; haciendo que la religiosidad sólo se note en momentos muy esporádicos; convirtiendo momentos sacramentales en actos sociales y desfiles procesionales en actividades de interés turístico,…

Virgen de la Piedad: Acoge en tus brazos amorosos a los que mueren o son perseguidos por ser testigos del Evangelio. Aviva en nosotros el deseo de ser valientes seguidores de tu Hijo, para que llevemos, con obras y palabras, su mensaje de salvación a nuestra tierra, que es hoy tierra de misión.

Amén.

 

7. DOLOR. JESÚS ES COLOCADO EN EL SEPULCRO. (Jn 19, 38-42) (Escuchar Dolor 7)

María sufre, con gran amargura, la pasión y la muerte de Jesús. Con la sepultura de su Hijo viene la tristeza de la soledad. No obstante, la inmensa fe de su Madre, de nuestra Madre, le da la luz de la esperanza y la confianza en Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá.” (Jn 11, 25).

Los discípulos de Jesús se sintieron fracasados tras la muerte de Jesús y huyeron cobardemente por temor. Sólo después, tras la evidencia de la Resurrección, y con la fortaleza del Espíritu Santo, fueron sus testigos con sus obras, sus palabras e incluso con el martirio.

Nosotros tenemos la inmensa fortuna de haber recibido ya, con toda claridad, el mensaje de salvación y, por tanto, sabemos que Dios nos ama tanto que envió a su Hijo para salvarnos. El sacrificio de Jesús en la cruz nos libera de las ataduras del pecado y de la muerte. Sin ningún mérito por nuestra parte, sólo por que Dios nos ama, la Resurrección de Cristo es garantía de nuestra resurrección a la gloria eterna; pero sólo si sabemos, desde nuestra libertad, acoger y actuar conforme al Espíritu que recibimos en el Bautismo.

La Virgen María, con su sí, colabora con el plan salvador de Dios trayéndonos a Jesús y, su maternal compañía, nos va guiando hacia Él.

Los seres humanos es lógico que queramos – y mucho – esta vida; los cristianos debemos esforzarnos para que el Reino de Dios ya se haga presente aquí entre nosotros y que nuestro proceder sea un reflejo del amor de Dios hacia todos, pero viviendo en clave de eternidad. Si tenemos nuestra mirada aquí, dejando que el Espíritu guíe nuestros pasos, sin dejar de pensar que somos peregrinos hacia el Cielo, lograremos que la Pascua del Señor sea nuestra pascua: “Si morimos con Cristo, viviremos con Él.” (Rm 6, 8).

El sepulcro no es nuestra meta, no es el final, porque sabemos que Dios nos ama tanto que nos quiere con Él en la felicidad eterna.

Virgen de la Soledad: Siembra en nosotros la esperanza y la alegría en Cristo Resucitado. La Cruz ha quedado sola, pero ella ya no es un signo de derrota sino de triunfo. Haz que sus brazos nos ayuden en nuestra vida: El brazo de la Cruz, anclado en la tierra, que nos lleve constantemente a esforzarnos – ya – por anticipar el reino de Dios entre nosotros. El brazo, que mira al cielo, que nos recuerde que nuestro destino es la gloria eterna. Y los brazos horizontales de la Cruz, que nos enseñen que la doctrina de tu Hijo es la doctrina del Amor.

Amén.