María Mater Ecclesiae

 

 

Texto: José Ignacio Serquera Calabuig, CVMD

 

“El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros es porque son testigos” (S.S. Beato PABLO VI. Evangelii nuntiandi, n. 41)

 

Agradezco, en primer lugar, la invitación a dar esta conferencia. Es para mí una alegría dar gratis lo que gratis he recibido (cf. Mt 10,8). Dios se ha servido de muchas mediaciones para hacerme crecer en la fe y acercarme a la Iglesia y mostrarme el camino hacia la vocación que vivo actualmente; una de ellas, humilde y discretamente, esta Hermandad de La Dolorosa a la que pertenecí hace años.

La conocida frase del Beato Pablo VI con la que se abre esta introducción, inspira y orienta el contenido de la conferencia. Vamos a acercarnos a la Maternidad de la Virgen María a través del testimonio y la experiencia de los últimos Papas: San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.

 

I. SAN JUAN PABLO II

Sorprendió Dios al mundo el 22 de octubre de 1978 con la elección de un Papa polaco, que comenzó a desarrollar el que iba a ser uno de los pontificados más largos de la historia, batiendo récords en kilómetros de viajes y visitas apostólicas, en documentos escritos, en encuentros, etc … Todo este fecundo ejercicio del ministerio petrino estuvo, desde sus inicios, bajo el amparo de la Virgen María. En efecto, fue un pontificado confiado totalmente a la Virgen María, tal y como quedó expresado en el lema episcopal de Karol Wojtyla, Totus tuus, y en su escudo pontificio, en el que aparecen, junto a las insignias propias, una cruz en el centro y una “M” de María.

“TODO TUYO”. ¿De dónde proviene esta expresión? ¿Qué sentido tiene?

La expresión tiene su origen en uno de los santos que más influyeron en la vida del Papa Wojtyla, a saber: San Luis Mª Grignion de Montfort, sacerdote misionero, teólogo y escritor francés del siglo XVII, fundador de los Padres Monfortianos. San Juan Pablo II explica esta influencia en su autobiografía titulada Don y Misterio:

“Naturalmente, al referirme a los orígenes de mi vocación sacerdotal, no puedo olvidar la trayectoria mariana[…] Me ayudó entonces el libro de San Luis María Grignion de Monfort titulado Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen. En él encontré la respuesta a mis dudas. Efectivamente, María nos acerca a Cristo, con tal de que se viva su misterio en Cristo[…] Esto explica el origen del Totus Tuus. La expresión deriva de San Luis María Grignion de Montfort. Es la abreviatura de la forma más completa de la consagración a la Madre de Dios, que dice: Totus tuus ego sum et omnia mea Tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor Tuum, Maria [Soy todo tuyo y todo lo mío es tuyo. Te recibo como mi todo. Dame tu corazón, oh María]. De ese modo, gracias a San Luis, empecé a descubrir todas las riquezas de la devoción mariana desde una perspectiva en cierto sentido nueva”.

Así pues, la relación filial con la Virgen María le acompaña desde la infancia (en que quedó huérfano de madre) y atraviesa toda su vida hasta los últimos días de su pontificado. Así, por ejemplo, el Totus tuus aparece una y otra vez en las sucesivas anotaciones personales que fueron configurando durante años su propio testamento. Y Juan Pablo II quiso hacerla presente en la iconografía de la Plaza de San Pedro: introdujo un nuevo mosaico de la Virgen -junto a las imágenes de tantos santos que configuran la Plaza- con la advocación de la Virgen María Madre de la Iglesia y la expresión TOTUS TUUS (así puede verse mirando desde la plaza de la columnata hacia la fachada de la Basílica de San Pedro, a la derecha, en una esquina del Palacio Apostólico).

Un episodio histórico de la vida de este gran Papa, en el que se hizo muy expresiva su relación con la Virgen María, lo constituye el terrible atentado que intentó acabar con su vida el 13 de mayo de 1981. El Papa recibió varios disparos, en medio de la multitud de la plaza de San Pedro abarrotada de peregrinos con motivo de la tradicional audiencia general de los miércoles. Acabada la catequesis, el Papa saludaba a los fieles congregados en la plaza de San Pedro y el turco Ali Ağca le disparó. El Papa tuvo que ser hospitalizado inmediatamente, con grave riesgo de muerte, y sometido a una difícil operación realizada sin muchas esperanzas de que sobreviviera. Después de su recuperación, en su primera aparición de nuevo en la plaza de San Pedro a los cinco meses del atentado, el Papa Wojtyla se expresaba así:

“Y de nuevo me he hecho deudor de la Santísima Virgen y de todos los santos Patronos. ¿Podría olvidar que el evento en la plaza de San Pedro tuvo lugar el día y a la hora en que, hace más de sesenta años, se recuerda en Fátima, Portugal, la primera aparición de la Madre de Cristo a los pobres niños campesinos? Porque, en todo lo que me ha sucedido precisamente ese día, he notado la extraordinaria materna protección y solicitud, que se ha manifestado más fuerte que el proyectil mortífero.”

En efecto, era como si una mano hubiera disparado la bala y otra mano la hubiera desviado. No en vano, lleno de gratitud, el Papa polaco quiso ‘devolver’ la visita a la Virgen María peregrinando a Fátima justo un año después del día del atentado y, posteriormente, donó al Santuario de Fátima la bala que le extrajeron y que actualmente está engarzada en el centro de la corona que lleva la imagen de la Virgen que preside el Santuario.

 

II. BENEDICTO XVI

“Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor.  Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones. En la alegría del Señor resucitado, confiando en su ayuda continua, sigamos adelante. El Señor nos ayudará y María, su santísima Madre, estará a nuestro lado”.

Estas fueron las primeras palabras de su Santidad Benedicto XVI aquel martes 19 de abril de 2005 en que fue elegido Romano Pontífice. En ellas apreciamos la Memoria del gran don del pontificado anterior, reconocimiento humilde de sí, petición de la oración de intercesión y confianza en la ayuda del Señor y en la cercanía de la su santísima Madre, la Virgen María.

Tras cinco años de pontificado, el Papa concedió en verano (en su residencia de Castelgandolfo) una amplia y valiente entrevista al periodista Peter Seewald, la cual vería la luz en forma de libro bajo el título “Luz del mundo. El papa, la Iglesia y los signos de los tiempos. Una conversación con Peter Seewald”. Era algo novedoso, nunca antes en la historia de la Iglesia un pontífice había respondido preguntas en la forma de una entrevista directa y personal.  Uno de los temas de la entrevista fue la relación del pontífice con la Virgen María; el periodista –atrevidamente– comenzaba diciendo que, a diferencia de su predecesor, Benedicto XVI parecía un papa ‘poco mariano’. A continuación, a su vez, reconocía el contrapunto que constituían palabras y gestos del propio Papa con respecto a esta impresión anterior. ¿Qué decir al respecto? El Papa Ratzinger respondía así:

“Es cierto que yo he crecido con una piedad primariamente cristocéntrica, tal como se había desarrollado en el tiempo que medió entre las dos guerras mundiales por el nuevo acercamiento a la Biblia, a los Padres; con una piedad que se nutre de forma consciente y acentuada de la Biblia y que está orientada precisamente hacia Cristo. Pero, como es natural, de ello forma parte siempre también la Madre de Dios, la Madre del Señor. Ella aparece en la Biblia, en Lucas y en Juan, relativamente tarde, pero entonces con una gran luminosidad, y en tal sentido ha formado siempre parte de la vida cristiana.[…] Y siempre de nuevo Dios la ha utilizado a través de la historia como la luz a través de la cual Él nos conduce hacia sí mismo. […] De ese modo, Dios nos ha dado signos, justamente en el siglo XX. En nuestro racionalismo y frente al poder de las dictaduras emergentes, se nos muestra la humildad de la Madre, que se aparece a niños pequeños y les dice lo esencial: fe, esperanza, amor, penitencia”.

Con una adecuada integración de sólida formación teológica y de profunda piedad sincera, Benedicto XVI testimonia la unidad de la fe que concilia lo aparentemente antagónico en el siglo XX en torno a dos corrientes: por un lado un cierto movimiento de piedad mariana, de corte carismático, que hunde sus raíces en La Salette, Lourdes y Fátima, y por otro lado, el movimiento litúrgico que reivindicaba una piedad orientada estrictamente según la Biblia (o, a lo sumo, según la Iglesia primitiva). Elocuentes, por demás, han sido a este respecto las peregrinaciones del propio Papa a los santuarios marianos de Lourdes y de Fátima. En efecto, Benedicto XVI realizó un viaje apostólico a Francia con ocasión del 150º aniversario de las apariciones de Lourdes, del 12 al 15 de septiembre de 2008, y otro a Portugal en el 10º aniversario de la Beatificación de Jacinta y Francisco, pastorcillos de Fátima, del 11 al 14 de mayo de 2010. El mismo Papa alemán comentaba así algo de los frutos que pudo percibir en ese último viaje:

“Entiendo también que los hombres encuentren aquí, por así decirlo, ventanas. En Fátima he visto cómo había en el lugar cientos de miles de personas que, a través de lo que María comunicó a unos niños pequeños, recuperan en cierto modo en este mundo, con todos sus obstáculos y cerrazones, la visión abierta hacia Dios”.

Por otra parte, en el conjunto del Magisterio de Benedicto XVI cabe destacar (entre otras muchas referencias) la relación de la Virgen María con la acogida creyente de la Palabra de Dios. Resulta programático lo que el Papa indica en la gran exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini sobre La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia: “Es necesario ayudar a los fieles a descubrir de una manera más perfecta el vínculo entre María de Nazaret y la escucha creyente de la Palabra divina[…] Ella es la figura de la Iglesia a la escucha de la Palabra de Dios, que en ella se hace carne. María es también símbolo de la apertura a Dios y a los demás; escucha activa, que interioriza, asimila, y en la que la Palabra se convierte en forma de vida”.

Finalmente, recordamos que fue precisamente un 11 de febrero (del año 2013), Memoria litúrgica de la Virgen de Lourdes, cuando Benedicto XVI comunicó su renuncia al ejercicio del ministerio de Obispo de Roma y Sucesor de San Pedro, confiando la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicando a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice . Desde entonces permanece retirado y dedicado a la oración por la Iglesia, como Papa emérito, en un monasterio ubicado dentro del mismo Vaticano y cuyo nombre es Monasterio Mater Ecclesiae.

 

III. FRANCISCO

Un mes después –prácticamente– de la renuncia de Benedicto XVI, la fumata blanca daba  aviso de la alegre noticia en la plaza de San Pedro, Habemus Papam! Lo que muy pocos quizás imaginaban era el perfil, ciertamente sorprendente, del nuevo Papa que el Señor regalaba a la Iglesia y al mundo: el primer Papa Jesuita de la historia, el primero también americano, y el primero en elegir como nombre Francisco. He aquí un extracto de sus primeras palabras, hechas de fe, oración y cercanía, con su toque de humor, y una alusión expresa también a la Virgen María:

“Hermanos y hermanas, buenas tardes. Sabéis que el deber del cónclave era dar un Obispo a Roma. Parece que mis hermanos Cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo…, pero aquí estamos. Os agradezco la acogida. La comunidad diocesana de Roma tiene a su Obispo. Gracias. Y ante todo, quisiera rezar por nuestro Obispo-emérito, Benedicto XVI. Oremos todos juntos por él, para que el Señor lo bendiga y la Virgen lo proteja.  (Padre nuestro. Ave María. Gloria al Padre).

Y ahora, comenzamos este camino: Obispo y pueblo. Este camino de la Iglesia de Roma, que es la que preside en la caridad a todas las Iglesias. Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros. Recemos siempre por nosotros[…] Nos veremos pronto. Mañana quisiera ir a rezar a la Virgen, para que proteja a toda Roma.”

Y así fue. La primera salida del Vaticano del recién elegido Papa Francisco fue justo al día siguiente (jueves 14 de 2013) a la Basílica de Santa María la Mayor para rezar a la Virgen María allí venerada como Salus populi romani, Patrona de Roma. Y se ha convertido ya en toda una tradición esta misma visita hecha con ocasión de cada viaje internacional, antes de su comienzo y tras su conclusión, para rezar ante la imagen de la Virgen Santa María de las Nieves.

Otro de los gestos significativos del Papa Francisco fue la visita que hizo a Benedicto XVI a los diez días de su elección: primer encuentro en la historia de la Iglesia entre un Papa y un Papa emérito. El encuentro tuvo lugar en Castelgandolfo, adonde se había desplazado hacía un mes prácticamente Benedicto XVI. Ambos Papas compartieron un encuentro de varias horas, dentro del cual rezaron juntos ante una imagen de la Virgen de Czestochowa, y Francisco regaló a Benedicto una imagen de la Virgen de la humildad.

Pero, si hay una advocación de la Virgen María a la que el Papa Francisco tiene una devoción especial, es la llamada Virgen desatanudos. ¿Qué advocación es ésta? ¿Qué origen y sentido tiene?

La historia de esta singular devoción se remonta al siglo XVII, en Alemania. La oración de un Padre Jesuita (P. Jakob Rem, en proceso de beatificación) en el monasterio de Ingolstad (a setenta kilómetros de Augsburgo) parece lograr la superación de una fuerte crisis que amenazaba arruinar la vida de un matrimonio de la nobleza (Wolfgang Langenmantel y Sophie Imhoff). ¿Qué oración había hecho este jesuita, reconocido por su discernimiento espiritual y fundador de una congregación mariana? Había orado ante la pintura de la Virgen de las Nieves (patrona actual de Buenos Aires) que se encontraba en la capilla del monasterio. Son pocas y con escasos detalles las noticias históricas sobre el hecho, pero la reconciliación de los esposos pareció coincidir con un llamativo signo: la cinta matrimonial, anudada sucesivamente por uno de los cónyuges tras cada nueva discusión matrimonial, apareció ‘desatada milagrosamente’. Los datos al respecto son poco claros. Pero lo cierto es que el auténtico milagro fue el milagro moral: el perdón y la reconciliación entre los esposos. Años después, un nieto del matrimonio que fue canónigo de la Iglesia de Sankt Peter en Augsburgo, encargó un retablo en memoria agradecida a la intercesión de la Virgen María por el matrimonio de sus abuelos. La pintura (atribuida al pintor bávaro Johann Melchior Georg), representa a la Virgen en el cielo entre ángeles y desatando los nudos de una cinta que le ofrece un ángel a su izquierda. Esta imagen de María desatando nudos evoca la famosa expresión de San Ireneo:

 

“El nudo de la desobediencia de Eva

lo desató la obediencia de María.

Lo que Eva había atado por su incredulidad,

María lo desató por su Fe”.

San Ireneo de Lyon (Catecismo Iglesia Católica, n. 494)

Entronizada la imagen en el retablo de la Iglesia, se fue convirtiendo en motivo de oración a la Virgen María recurriendo a ella sobre todo por problemas familiares. Se fue popularizando así en Alemania bajo el nombre de Maria Knotenlöserin, “María desatadora de nudos”.

¿Y cómo traspasó la devoción las fronteras de Alemania? Fue sólo en el siglo XX y precisamente a través del que iba a ser el Papa Francisco. El Padre Bergoglio, en 1986, residió en Augsburgo con la finalidad de completar su tesis de Licenciatura en Teología. Es así que al visitar la Iglesia de Sankt Peter encomendada justamente a los Padres Jesuitas, -sus hermanos-, conoció aquella advocación y la singular historia que la acompañaba. Enamorado de la misma, decidió llevarla a Buenos Aires y difundirla. En Argentina fue acogida con entusiasmo y devoción creciente, hasta el punto de que en 2010 el propio Cardenal Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires, erigió el Santuario de Nuestra Señora Desatanudos. Allí se celebra su fiesta cada 8 de diciembre, el día de la Inmaculada Concepción.

Concluimos con algunas de las palabras del propio cardenal Bergoglio en la Misa de la festividad de 2011:

“Todos tenemos nudos en el corazón, faltas, y atravesamos dificultades. Dios, nuestro Padre bueno, que distribuye su gracia a todos sus hijos, quiere que nosotros nos fiemos de ella, que le confiemos los nudos de nuestros pecados, los enredos de nuestras miserias que nos impiden unirnos a Dios, para hacer que Ella los desate y nos acerque a su hijo Jesús”.

Santísima Virgen María, ruega por nosotros.